“Cucarachas” llamaron en Sierra Leona a los contrarios, en un conflicto político que llevó a la terrible guerra civil de once años que produjo cincuenta mil muertos y más de dos millones de desplazados. Más cerca en el tiempo y el espacio oímos decir “moscas”, indignas de ser cazadas por el “águila”. En la Libia de Muhamar El Gadafi, cuyo poder duró cuarenta y dos años terminó violentamente en una crisis nacional que no concluye, los opositores eran descalificados como “ratas” y así, “rata” había llamado el juez nazi al jesuita Delp en el proceso que se le siguió en enero de 1945, a pocos meses de la caída. “Gusanos” ha sido el insulto preferido contra opositores y disidentes en el Reich Nacional Socialista y en la Cuba Socialista, cuyo líder supremo ya mostró afición por la retórica hitleriana en su defensa en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada en 1953. Porque las revoluciones totalitarias o con vocación de tales se parecen más de lo que están dispuestas a reconocerlo.
Animalizar al contrario, negarle incluso su humanidad, es la forma de justificar los peores abusos contra su dignidad e integridad personales. En la propaganda oficial cubana y la represión, su arma predilecta, no merecen piedad porque son “delincuentes” los presos y Guillermo Fariñas, coronel y sicólogo que ganó el Premio Sajarov del Parlamento Europeo al pedir su liberación. Las Damas de Blanco son “mercenarias”, los exiliados son “mafiosos”, los que se fueron en masa, estimulados desde el poder mismo, por el puerto de Mariel eran “escoria”. Y los blogueros y periodistas independientes, entre quienes hay patriotas y demócratas que conozco, son “provocadores que facilitan una intervención militar extranjera”.
Antes de asesinarlo por mano de un sicario implacable en su exilio coyoacano, el socialismo soviético que había contribuido a edificar asesinó moralmente a Trostsky. El crimen se atribuye al estalinismo, cuando aún siendo responsabilidad de Stalin, su desaparición de la historia oficial es obra de un sistema y, en el fondo, de una noción del poder que busca convertir a quienes se le resisten en muertos vivientes, socialmente excluidos, inexistentes. Ese insulto no es una ocurrencia, una accidental pérdida de compostura. Se repite demasiado para ser accidental.
¿En quién se inspiran los que insultan así? ¿Quién les diseña la propaganda dirigida a desmoralizar antes de eliminar? Sin respeto a la persona no hay convivencia.
Ramón Guillermo Aveledo