El panorama desolador de la destrucción de Venezuela, nos obliga a plantearnos seriamente cómo reconstruiremos el país, el día que termine esta tragedia que vivimos. Objetivamente ha habido en estos años en nuestra patria, un acabose completo en todos los órdenes. Venezuela está hoy moral, espiritual y físicamente destruida. Pareciera que no queda aliento para nada. Es un país sin ley y sin instituciones capaces de controlar a quienes gobiernan. “Venezuela ya no es un Estado”, ha dicho el cardenal Porras Cardozo desde Perú. Venezuela es tierra arrasada y nuestros jóvenes se sienten truncados en su propósito de contribuir a su grandeza.
Cuántos jóvenes, con sobrados méritos, deberían estar aquí conduciendo o aspirando a conducir, como en el pasado, PDVSA, las empresas de Guayana, CANTV, las empresas de electricidad de toda Venezuela, el Banco Central de Venezuela, el sistema de vialidad nacional, todos los servicios médico-asistenciales, la administración de Justicia, el Ministerio Público, el CNE, los servicios de seguridad del estado, etc y están fuera del país o en otras actividades, porque todo lo señalado está politizado y al servicio de una parcialidad política. Da vergüenza ver el estilo chavista de conducir la nación.
Las universidades autónomas no han caído en esa lamentable situación, porque han librado una lucha extraordinaria, pero están hoy mismo sintiendo el cerco económico de un régimen que no admite disidencia. He conversado con muchos jóvenes y me preocupa que, además del desaliento, en algunos de ellos se percibe como la decisión de aparentar adhesión al gobierno para conseguir empleo. Un joven me decía hace poco, “estoy pensando inscribirme en el Psuv, no porque crea en ese partido, sino para poder encontrar trabajo en un tribunal”. Me parece haberlo convencido de que no lo hiciera. No hipoteques, no vendas tu conciencia, tu dignidad que es lo más valioso de un ser humano.
Debemos reconstruir la nación venezolana y sus instituciones. Prefiero la expresión reconstruir que la expresión refundar utilizada en la Constitución de 1999. Venezuela se fundó una vez y para siempre. Lo que ha ocurrido nos obliga a reconstruirla. Nuestro país nunca ha sido fácil. Al presidente Rafael Caldera le oí decir varias veces que sufrimos el mito de Sísifo, aquel personaje de la mitología griega, condenado por los dioses a empujar una piedra a la cima de una montaña, que cuando estaba cerca de coronar su propósito, la piedra se caía una y otra vez y tenía que volver a empezar. Quizás nos ocurra eso mismo. Francisco Suniaga, en su libro El Pasajero de Truman, una especie de novela-biografía de Diógenes Escalante, candidato presidencial para suceder a Medina Angarita en 1945, quien enferma gravemente y no puede ser elegido, reproduce una narración del propio Escalante, de un encuentro que éste tiene con Rómulo Betancourt, en el cual le advierte al entonces joven fundador de AD que Venezuela “se hizo de prisa, se independizó de prisa y ahora hay quienes tienen prisa por sacarla del atraso”. Escalante le dice a Betancourt que no era posible el tránsito de una dictadura a la democracia “sin experimentar una transición consensuada, donde se asentaran las instituciones y los venezolanos se formaran para el ejercicio de la democracia”. Los acontecimientos de los años 45 al 58 quizás maduraron a los venezolanos de entonces. Pero a los de hoy les faltó esa experiencia.
El régimen de libertades que se trató de formar, por consenso, a raíz de la caída de Pérez Jiménez en 1958, tuvo el propósito de asentar y estabilizar las instituciones como le recomendara Escalante a Betancourt, y no cabe duda que Venezuela, a partir de ese momento, fue un país de oportunidades durante muchos años. La democracia naufragó porque los venezolanos no supimos preservarla, la corrupción se la devoró, la demagogia, el populismo y el partidismo agudo lo hicieron aparecer como un sistema tonto, propicio para la inmoralidad y la ineficacia. La llegada de Chávez al poder exacerbó la corrupción llegando a límites nunca vistos y de un cinismo inimaginable antes de 1998 Chávez y Maduro empeoraron los males que se querían combatir. Nos olvidemos que la democracia tiene en sus propias entrañas, las fórmulas para corregir los desvíos y desmanes de quienes conduzcan los gobiernos. Pero sobre todo, en una democracia verdadera, los presidentes llegan al poder con términos preestablecidos, que ayudan a frenar las ansias ilimitadas de poder como las han tenido Chávez y Maduro. Ahora debemos comenzar de nuevo.
Joel Rodríguez Ramos