#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: ¿Amar sin sufrir? #21Ago

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Yo te aviso…, como diríamos en expresión popular criolla. El que no sufre es porque no ama al otro y, si sufre, es porque se ama mucho a sí mimo, entonces, cuando no consigue algo o se le hace difícil conseguirlo para su satisfacción personal, sufre en su egoísmo hasta enfermarse. En la Biblia sobran ejemplos, empezando por el de Caín y Abel, o este siguiente.

Nabot tenía una viña, herencia de sus antepasados, al lado del palacio del rey Ajab y éste quiso comprársela para hacer un huerto, pero el dueño no accedió: Volvióse Ajab a su casa entristecido e irritado por la repuesta que le había dado Nabot (…) Acostóse en su lecho vuelto el rostro y no quiso comer (…) Entonces Jezabel, su mujer, le dijo: “¿Y eres tú el rey de Israel? Levántate, come y que se alegre tu corazón. Yo te haré con la viña de Nabot…“  (I Reyes 21, 4-7). Conocido es el resto, la maligna reina Jezabel, extranjera, que había restituido la idolatría en Israel, mueve sus malas artes, Nabot es calumniado, muere lapidado y Ajab toma posesión de la viña. Pero interviene el profeta Elías, le echa en cara su infamia, el rey se arrepiente, hace penitencia y Dios lo perdona en vida, se perderá el reino cuando esté en manos de su hijo. Jezabel sí es castigada: su sangre corre donde mismo corrió la de Nabot.

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Son muy cruentos estos ejemplos bíblicos y no es que lo sean menos los actuales de quienes sufren del amor a sí mismo, el egoísmo y la envidia. Sin embargo, me quiero referir a uno más benigno del cual fui testigo presencial y vi, cara a cara, lo que nunca había visto. He trabajado en cuatro universidades caraqueñas y, en una de éstas, hice buenas amigas con una señora joven, universitaria, simpática y jovial; como para ir a mi oficina pasaba todas las mañanas cerca de la de ella, entraba un momento y la saludaba. Un día me sorprendió su aspecto, tenía la cara gris, preocupada, le pregunté qué le sucedía: Mi vecina se compró un carro –me dijo una marca costosa, no la recuerdo- y yo no me puedo comprar uno. Sí, era la personificación de la envidia frente a mí. Sentí un escalofrío, nunca en mi vida la había visto en mi entorno cristiano. Ella no lo era. Ambas protagonizamos una anécdota en una elecciones presidenciales. Éramos políticamente opuestas e hicimos una simpática apuesta: si ganaba el candidato de una, la perdedora le daba una cena a ésta, pero la ganadora llevaría la champaña para celebrar. Yo llevé la champaña.

Sufrir por amor es muy común, puede ser algo negativo como muy positivo. Negativo es cuando entre un hombre y una mujer -o en una relación gay, pero no me meto en eso- se ama en clasificación B o C, sobre todo en B. ¿Y de dónde sale esta clasificación? La inventé yo: A, feliz amor mutuo, donde no falta el sufrimiento legítimo por las vicisitudes o ausencias del ser amado; B, uno ama pero el otro no lo ama; C, a uno lo aman, pero uno no ama. Si se quiere ver así, B y C son lo mismo, sólo que viceversa. Sin embargo, me sitúo en el yo para entendernos mejor. Cuando ese yo no es amado, qué dramas tan grandes hay, suicidios y crímenes pasionales a granel. Pero esos mismos dramas, gracias a Dios, han enriquecido al máximo la poesía y la música. ¿Es que podría haber tangos, mariachis, fados y hasta óperas, sin esos tremendos despechos? Y si alguien me quiere hacer la pregunta se la voy a contestar. ¿En qué clasificación estuvieron mis pocas experiencias amorosas? Sin llegar a la tragedia, en B y C, por supuesto, por eso me quedé soltera.

Lo interesante, lo fructífero, lo que deja huella, es el sufrimiento por amor positivo. Es de los genios, héroes y santos, cuando están enamorados de una idea, una causa, un proyecto, una misión benefactora para la sociedad. El más grande sufrimiento por amor fue, es, el de Jesucristo y redimió a la humanidad. A él lo siguen en intensidad positiva su madre María y todos los santos que han ofrecido su vida, sea en el martirio sangriento, sea en el escondido y cotidiano de llevar una misión adelante para evangelizar el mundo. A la zaga, pero siempre sufriendo positivamente, quienes luchan en el campo de la ciencia, el arte, la cultura, la política y, sobre todo, de la libertad. ¿Cuántos venezolanos hay hoy dispuestos a sufrir sonriendo, trabajando sin descanso, sin rendirse, para reconstruir este país? Espero que sean muchos y con la bendición de Dios. 

Alicia Álamo Bartolomé

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