Morir en Colombia es un hecho no solamente doloroso para los familiares de un venezolano, sino muy complicado asistir al sepelio y no poder repatriar los restos para darle eterna sepultura.
La experiencia fue vivida por el exdiputado Pedro Pablo Alcántara y demás parientes de Luis Emiro Alcántara, de 63 años, técnico en mecánica diesel, quien desde hacía cierto tiempo residía y trabajaba en San Alberto, a tres horas de Bucaramanga, en el departamento del Cesar.
Este trabajador valenciano había tenido que irse del país a raíz de la crisis económica, que obligó a cerrar las puertas de empresas de la capital carabobeña. Perdió su trabajo y fue a buscarlo, donde ya sus excompañeros de labores se encontraban bien establecidos, por lo que le resultó fácil continuar sus faenas como lo hacía en su tierra natal.
Tras sufrir quebrantos de salud, Luis Emiro Alcántara dejó de existir la semana pasada y tan pronto se conoció la noticia comenzó el calvario para sus familiares, quienes tuvieron que trasladarse al vecino país para darle la última despedida.
Hubo que trasladarse, durante más de treinta y seis horas horas entre ida y venida, para llegar hasta San Alberto, un pueblo que carece de cámara de refrigeración para resguardar los cuerpos de los fallecidos y tampoco dispone de funerarias que puedan cremar los cadáveres.
Desde Caracas o Valencia, de donde partieron los familiares del fallecido, tuvieron que viajar a Cúcuta y de ahí a Bogotá, para luego trasladarse a Bucaramanga y, posteriormente, llegar a San Alberto.
En pueblos como éste, donde es muy alta la temperatura, parecida a la de Maracaibo y donde no es posible soportarlo con aire acondicionado, los cadáveres tienen que ser enterrados en el menor tiempo posible.
Y es por ello que se hace desesperante llegar hasta la funeraria para ver por última vez al ser que expiró lejos de sus seres queridos.
Según las leyes colombianas, para exhumar los restos hay que esperar cuatro años, motivo por el cual la repatriación de una persona fallecida en aquellos lares es difícil. Y el dolor se acentúa y es más profundo porque queda muy lejos el cementerio a donde se le podrían llevar unas flores y encenderle una vela por el descanso de su alma, como se acostumbra hacerlo en nuestra tierra.
Es el triste ocaso de un venezolano en Colombia.