Cada ciudad, región, país o simplemente cualquier conglomerado humano basa su orgullo en rasgos distintivos a los cuales atribuye el fundamento de su universalidad, su valor como pueblo con fisonomía propia y al mismo tiempo su condición de referencia emblemática ante el resto del mundo.
Algunas ciudades han tenido la suerte de estar asociadas a lugares geográficos maravillosos, como mares, ríos, montañas, lagos, bahías y así, a portentos de la naturaleza únicos que benefician con la magia de Dios a los humanos que habitan estas urbes privilegiadas. Otras ciudades levantan su procerato urbano gracias a construcciones imponentes e irrepetibles, altos edificios, majestuosos puentes, castillos antiguos, pirámides, coliseos y así una larga lista de joyas arquitectónicas o de ingeniería que distinguen al urbanismo que tutelan.
En el caso de Carora, nuestro caso, ubicados en una depresión desértica, sin ríos ni montañas notables, sin una leyenda de viejas civilizaciones, sin grandes infraestructuras que mostrar, nos consideramos universales, únicos y parte de vanguardias civilizatorias porque hemos convertido unas tierras inhóspitas en una referencia cultural, musical, literaria, periodística y agropecuaria, gracias al inmenso esfuerzo de varias generaciones dedicadas al trabajo fecundo sobre la tierra y sobre el espíritu.
Carora se fundó sobre un desierto, creció sobre un desierto y fue gracias al esfuerzo humano que ha producido músicos de calidad internacional, literatos de alto vuelo, intelectuales de huella fecunda y agricultores y ganaderos que sin miedo al verano o los pantanos, crearon la única raza lechera propia que existe en Venezuela y lograron ser eficientes cañicultores en zonas semiáridas.
Actualmente ,sumidos en el laberinto de una ansiedad profunda, como la pesadilla de caer y caer dentro de un foso oscuro e insondable, el caroreño genera burbujas de aliento civilizado y sin ignorar la gravedad de los entornos continua pegado a la vaca, a la caña, a la uva, al chivo, a los libros y la cultura como expresión suprema de lo humano y por ello en Carora la música es una inspiración colectiva y la vaca, el chivo, los libros, la caña y todo el mundo parece estar en concierto permanente de esperanza bajo la batuta del maestro Felipe Izcaray y la tutela cosmopolita de Norma Pinto junto a la bonhomía panglosiana de Cecil Álvarez.
Pasará esta crisis, ello está escrito en el cielo, vendrán tiempos de recuperación y palabra cierta del Maestro Briceño, para ese momento Carora jugará un papel estelar en Venezuela. Dios con nosotros.
Jorge Euclides Ramírez