Mi amigo de hace muchos años el profesor Gerardo Castillo Riera, ahora en el cielo de Chata, Chaia y su mamá Chichina, siempre me mandaba unos Power Point muy interesantes y divertidos, al igual que lo hacía Juan Perera, ahora bajo custodia celestial de María Engracia, Chia, Lila y la Maguacha. En verdad esta era una manera afectuosa y entretenida de recordar a personas que por más años que pasen siempre están con uno, siempre están ahí, parados en el tiempo, sin hacerse nunca viejos y como habitantes de Comala.
Uno de estos PP enviados por Gerardo contiene una lista de remedios antiguos, muchos de ellos desaparecidos. Uno en particular me estremeció, la Antiflogistina. En el power point no explican su uso pero yo lo recuerdo muy bien. Era un tarrito que contenía una pomada blanca olorosa a caimán con mono.
La recuerdo muy bien porque yo fui una de sus víctimas debido a que sufría de crisis de asma bronquial y para destaparme el pecho la usaban en mi contra. Les cuento:
Apenas me daba una gripe o catarro con sospecha de afectar los pulmones o los bronquios inmediatamente me metían en el cuarto de mamaíta, uno de los principales por donde no pasaban corrientes de aire. Trancaban las ventanas de manera hermética, igual se hacía con la puerta de la habitación y quien entraba o salía tenía que ponerse de medio lado para no abrirla de par en par, es decir, entrar y salir de esta habitación era algo sigiloso, como si quienes entraban fueran espías.
Estando en el encierro se procedía a la terapia. Jarabes amargos y cataplasmas. Estas cataplasmas consistían en unos pañitos que hervían en agua, luego le untaban un poco de esa antiflogistina, la cual previamente también calentaban en baño de María. De esta forma la cataplasma era un emplaste súper caliente. Me ponían un pañito en el pecho y el otro en la espalda y del dolor pegaba gritos, lo cual hacia expresar a la “mujer de adentro” convertida en enfermera “Aguante que esos gritos demuestran que se le está aflojando el pecho”.
Para suplementar el tratamiento ponían al lado de la cama una inmensa ponchera de agua hirviendo y dentro de ella arrojaban unas hierbas secas y varias cucharadas de vick vaporub o mentol Davis, me ponían un paño sobre la cabeza y me hacían inhalar ese vapor asfixiante, tosía y tosía desesperado y otra vez la improvisada enfermera alegaba que esto era producto de la sanación que se estaba produciendo dentro de mi pecho.
A las horas cuando se enfriaba el horroroso emplaste me quitaban los pañitos, cosa muy dolorosa porque prácticamente se me pegaba como una segunda piel. Pero la cosa no terminaba allí porque para sacarme las costras de antiflogistina seca me tenían que frotar pecho y espalda con trementina. Eso me producía un gran alivio aunque seguramente el frío de este líquido me causara seguramente una nueva congestión bronquial.
Para que este tratamiento surtiera efecto uno tenía que permanecer no menos de siete días en este encierro a cal y canto. Cuando por el poder de la niñez uno se curaba totalmente, salía a la calle como alumbrado y como si al mundo lo acabaran de hacer. Durante todo el tiempo de estar uno postrado en cama toda la casa estaba en emergencia, por todas partes se sentía el amor que nos tenían a los niños de esa época. Casi nos mataban intentado protegernos, tanto así que de vaina salíamos vivos de un catarro.
Jorge Euclides Ramírez