Un sórdido juego de intereses, foráneos y criollos, se juntan en un contenido esfuerzo por dinamitar lo que el «fenómeno Guaidó» ha logrado en estos seis meses. La subterránea estratagema, incluso, es anularlo a él, a Guaidó, mediante un expediente mucho más pernicioso y efectivo que ponerlo preso o inhabilitarlo vía TSJ: lo que se busca es despojarlo de todo asomo de credibilidad, desacreditarlo, vaciar de contenido su mensaje, arruinar su poder de convocatoria y hundir su imagen y lo que representa, en un charco de desesperanza renacida.
El régimen busca, en ese camino, tan plagado de cruces, sospechas y traiciones, y con un Guaidó en entredicho, montar un escenario electoral inestable, acribillado de ruidos, en el que sea harto difícil alcanzar condiciones favorables, de garantías, y por ende, la participación decidida y entusiasta del universo opositor.
Es mi humilde opinión. Imploro a Dios estar equivocado. No formo parte del club de quienes se creen con el poder de avizorar el futuro y disponer de todo un manojo de alternativas geniales para sortear lo que ahora está en juego, que, de eso sí estoy seguro, es muy grave, muy decidor.
No hay margen para el error, ahora ni más adelante tampoco. Cada paso debe ser medido con tanta prudencia, que jamás resultará excesiva.
Es posible, muy posible, vencer las dificultades planteadas. Pienso que nuestro Presidente y sus asesores dispondrán, en su momento, de las luces y de la templanza necesarias, para actuar con talento, arrojo y el espíritu que suele animar a los llamados a vencer en las horas cruciales.
Horas difíciles, extenuantes, pero cargadas de posibilidades ciertas. Hermanos, mientras más duro sea el tormento, más hermosa será la victoria que tendremos ocasión de compartir.
JAO
José Ángel Ocanto