En el Palacio Público de Siena pueden verse los murales de Lorenzetti que representan las alegorías del buen y el mal gobierno. El buen gobierno se caracteriza por la paz, la justicia, la alegría y la prosperidad. El mal gobierno que al final es la tiranía, se produce por la avaricia, la soberbia, la vanidad. Sus secuelas son división y conflicto,
empobrecimiento hasta la ruina y la destrucción.
No hay gobierno perfecto, prometerlo es mentir. Pero el buen gobierno es posible con instituciones que funcionen, en constante búsqueda de razonable eficiencia y probidad. Se lo define contemporáneamente como aquel que garantiza servicios públicos con eficiencia y calidad; salud, educación, seguridad y bienestar a sus ciudadanos; promueve la transparencia y la opinión pública libre y responsable; y crea condiciones favorables para un crecimiento económico estable, generador del bien común.
A escala humana, la vida muestra las consecuencias del mal gobierno, porque desemboca en inseguridad y escasez, dado que disminuyen la producción y también las importaciones necesarias, porque su descrédito causa lógicamente dificultades para obtener créditos y sanciones. Así como la inflación es consecuencia del desorden administrativo, ecosistema hostil al progreso y amigable a la corrupción, así como de la emisión irresponsable de dinero sin respaldo y, por lo tanto, sin valor.
La inseguridad, relacionada con la violencia y la ilegalidad, es otra forma de empobrecimiento, porque al mismo tiempo que genera más gasto en protegerse, ahuyenta empresas del país y disminuye la inversión de venezolanos por temor y de extranjeros cuya desconfianza los lleva a preferir hacerlo en otros lugares.
Ponga la lupa en una sola consecuencia que se encadena. Mire la soledad de nuestros puertos y aeropuertos. ¿Qué reflejan? Si menos aerolíneas vuelan al país, estaremos peor conectados y será peor para la economía con impacto negativo en nosotros. Si unimos a eso que ahora es más difícil obtener visas porque se desconfía de nuestros pasaportes y si además estamos más pobres, así que es más difícil viajar. El efecto será inverso, abundarán los más deseos de irse. Y la emigración por millones nos va dejando con menos talento para construir progreso aquí, con familias rotas y entristecidas y con más problemas para los compatriotas afuera.
Es evidente, para pobres y ricos, jóvenes y viejos, civiles y militares. El mal gobierno nos sale muy caro. A todos.
Ramón Guillermo Aveledo