El pan sabe más sabroso cuando se gana el salario con el propio sudor. La limosa humilla, esclaviza, el trabajo dignifica, libera.
El miedo al fracaso es tan poderoso que lleva el hombre a tomar decisiones apresuradas y lamentables en momentos de penuria.
Cuando se decide dejar el quehacer que da comida y cierta tranquilidad (salario que aunque no sea suficiente para cubrir todos los gastos y compromisos, no hay de momento otra cosa a qué aferrarse). Al dejar el trabajo se comete un grave error, peor aún decidirse a buscar otro empleo se convierte en inútil búsqueda en un país cuyos jefes de las pocas empresas que quedan explotan al trabajador sin compasión y la triste realidad de saber que hay una inmensa cantidad de fuentes de trabajo que han sido destruidas, sin la esperanza de que salga pronto de esta crisis y regrese el progreso y la oportunidad de tener un empleo acorde con las necesidades de quien trabaja.
Desesperado queda aquel que deja el trabajo perdiendo tranquilidad y oportunidad de llevar comida a su casa. Cuando se deja un puesto vacío aparecen cien detrás de él. Después de esto surge el arrepentimiento dentro del pecho, el abismo le empuja hacia el fondo aterrador de las necesidades, su limbo que al cabo será su infierno. No todos cuentan con el privilegio de tener la dicha de producir tranquilidad a su familia y a sí mismo, con el fruto de su sudor. Ahora empieza su calvario de no saber qué hacer y de pasar días enteros tocando puertas que encontrará cerradas en un país en plena decadencia…
Al destruir las fuentes de trabajo, no solo se daña al trabajador y su familia, sino también al mundo empresarial. Algunos deciden retirarse de su trabajo en lugar de cerrar filas a su alrededor, afrontando unidos cualquier adversidad. El trabajador que se pone contra su empleador se pone contra sí mismo, definitivamente el perdedor será él mismo.
La bárbara medida de dejar en la calle a la masa obrera evidencia hoy más que nunca la indiferencia y falta de voluntad y capacidad de los que mandan, evidencia igualmente, las inmensas necesidades y hambre del pueblo cuyos hijos han tenido que emigrar a tocar puertas en el exterior buscando la oportunidad de tener una buena calidad humana, fuera de este caos de supremo hundimiento económico.
Una empresa está constituida por empresarios, jefes y mano de obra. Para sobrevivir tiene que rendir resultados. La clave del éxito depende de su gente, de su dedicación y su defensa al trabajo de todos. Si la empresa sufre sus empleados sufren, si cae la productividad, solo todos unidos la recuperarán poniendo cada uno lo mejor de sí. No es solución abandonar aquello que le ha dado a uno la oportunidad de gozar de una vida digna por años. Una empresa se sostiene por los pilares del trabajo de todos unidos. Si un pilar falla se desestabiliza, y si fallan varios todo puede desplomarse.
Las empresas son fuente de vida y beneficio que llega a toda la familia. Si se agota la fuente de la que tantos beben se agotan las entradas y soluciones de los problemas familiares. La envidia, los odios y las ingratitudes hacen mucho daño a una empresa. Igual que ella el empleado no se libra de sufrir las consecuencias de quedarse sin el apoyo del trabajo. Vienen muchas cosas después y que aún vivimos en carne viva: la falta de salud es el resultado de un hambre no mitigada. Colapsado está el estómago y la salud de la patria condenada a las desgracias y penurias que padece a diario de hambre, desnutrición, escasez, carestía insoportable, desolación, furia, colas y miseria. Las limosnas no garantizan vida ni futuro. Sin lugar a dudas que la mayor riqueza del hombre se encuentra en el trabajo.
Es la unión de todos, la responsabilidad, el empleo del cerebro y el amor al trabajo lo que hace que la fuerza que lo sostiene en circunstancias adversas, se mantenga a flote, sobre todo en momento de crisis, de grandes amarguras y supremos egoísmos de los que se pelean por el poder mientras el pueblo está desorientado, desesperado y muerto de hambre.
El ser humano vive su propia novela, forja su propia historia, elige su destino, es él y su circunstancia:
“Si no actúa y salva su circunstancia no se salva él”
(José Ortega y Gasset)
Amanda Niño de Victoria