Con el correr de los años muchos recuerdos aparentemente recientes pueblan la memoria como si se tratara de un cementerio de tumbas abiertas, a la intemperie. El tropel de sucesos, intensos y lacerantes, ha modificado la visión de país izado sobre la esperanza para convertirlo en un laberinto de vivencias que al no trascender del nivel de conato se enredan sobre un sentimiento de angustia que algunas veces flota sobre la lenna estancada de la resignación y otras se sumerge como batiscafo ilusorio en las profundidades obscuras de alternativas inconclusas.
Pero sobre la piel de una realidad circular y circundante se deslizan como lágrimas corrosivas las noticias irrebatibles sobre conjuros, imposibles de enfrentar con la mirada quieta de los inocentes. Es necesario vestirse de adarga y cabalgar sobre rocinantes crepusculares para levantar los ojos hasta el cielo y desbaratar con frenesí patriótico las trincheras del miedo con la cual se tenía acordonada la conciencia cívica de silenciosas mayorías.
Enfundadas en sombras amenazantes las palabras altisonantes se pasean con paso militar por encima de callados anhelos que titilantes como cocuyos juegan a construir nuevas figuras en el inmenso marco de una bóveda cósmica tallada a distintos relieves desde nuestras manos hasta los confines donde solamente llega el indómito Pegaso de la imaginación. Y en esa soledad donde todos somos un cuadro impresionista cuyos detalles solamente pueden verse en perspectiva, allí, aquí, estamos entretejidos por hilos invisibles de humanidad emergente tratando de vencer las sospechas sobre el anunciado holocausto punitivo.
Y en esta playa donde sin pausas ni advertencias el oleaje abate los deseos de levantar castillos permanentes, allí y aquí sobre la arena húmeda y escurridiza tenemos la obligación de anclar el vuelo de la patria mecida por los vientos salinos de la incertidumbre. No existe posibilidad de cambiar la angustia y el miedo por una tregua que conceda reposo al grito de expectativas ya enterradas, es necesario salir con traje de paisano a la mitad del ruedo a darle capotazos de amor a un toro que embiste al corazón con la complicidad de rejoneadores, banderilleros, alguacilillos y de usia. Allí como como Belmonte o Joselito, poniendo el pecho en sacrificio repetido y peligroso debemos burlar la calavera que asoma Hades desde los vítores de su carroza purpurada.
Los vemos a cada instante con sus sombreros negros, con sus camisas negras, con pantalones negros, con medias y zapatos negros, con guantes negros y pañuelos negros, montados sobre caballos negros, siempre al acecho de cualquier intimidad para Guardia Civil llevarse la libertad a los olivares y a media noche fusilar la poesia. Verde Luna Verde Viento donde el ladrido de perros resucita los Camborios que gitanos ejercitan sus plegarias pastoreando los rebaños de luceros en el cielo. Así como fue una vez enfrentando la muerte de los Millán Astray con la vida Unamuno impresa en la Niebla demiurgica de los inteligentes, así tendrá que ser el día preciso que en acto de colectiva valentía le inventemos nuevos personajes a nuestra leyenda nacional de salvíficos e incompetentes Diente Roto para rendirle homenaje a los Crispín Luz que en silencio laborioso han construido el país que estamos obligados a revivir.
El trotar de corceles libertarios retumba en horizontes cercanos pero estamos cercados por el miedo y desde el asombro de la patética quietud podemos ver como emboscados en cada puerta de nuestra ciudad fraguada se mantienen armados con humo del averno espantajos terribles para ahuyentar la exaltación equina que desde los establos de la resignación quiere iniciar una cabalgata por las calles dormidas de antiguas aspiraciones republicanas.
El momento se acerca y el temblor de los dedos se confunde con el vaivén de los fusiles amarrados al barco de los privilegiados.
Monten todos. Apunten bien con su presencia en las calles para accionar el pase a los rescates. Tomen las adargas con entusiasmo asuman el optimismo como lanza y derriben con firmeza el miedo que detiene la risa. Vamos todos, empuñen sus lanzas contra el miedo.
Aquí estamos todos los que somos y suman los que vienen en arreo desde las montañas. Aquí estamos todos adelantando un sueño buscando el vellocino de oro cruzando mares mitológicos. Aquí estamos todos con nuestras lanzas corazones avizorando el despertar de los pájaros en vuelo.
Patria, libertad, justicia y vida, para todos, absolutamente para todos y cuando decimos todos, somos todos, incluyendo a quienes debemos perdonar en nombre de Dios porque no saben lo que hacen.
Jorge Euclides Ramírez