El tiempo rueda interminable, el mundo rueda interminable, aprisa pasan los años del hombre como pasa la oportunidad de construir sobre fuertes cimientos el futuro. Las aves se van cuando hace frío y también cuando a su cielo le han puesto cadenas, negándole su derecho al vuelo libre….
Siguen las aves volando lejos hacia cielos de oportunidad y libertad. A los que se quedan les toca seguir en la lucha, hablando en la casa con la ausencia frente a todos los recuerdos, para llenar los vacíos que los hijos van dejando.
En esta escuela aprendemos a soñar, a reír y también a bañarnos en llanto, a vivir momentos inolvidables y a olvidar las pesadillas. Los hijos se van cuando más los gozamos y disfrutamos, tal vez cuando más los necesitamos. Pero su destino es seguir haciendo camino, mientras a nosotros nos enseña su película el ocaso… “Por viejos que nos sintamos, ya no mataremos tiburones a garrotazos, pero lo intentaremos mientras tengamos la fortaleza, la voluntad, los remos, la porra y la caña de pescar” (Ernest Hemingway)
Dicen que uno se acostumbra a la soledad. Me pregunto: ¿Será acaso que se pueda vivir como un ermitaño sin sentir tristeza, miedo ni soledad?
Toda vida es un comienzo y un final, damos hijos al mundo, empezamos algo pero atrás algo queda, se construye un camino y una vida llena de detalles y cariño, pero llega el momento en que tenemos que parar y permanecer dedicados, estables y fuertes para que los hijos puedan moverse, buscar el futuro, irse por los mejores caminos, aunque al irse se lleven consigo la vida de detalles, la compañía, el abracito, los momentos de risas, de chistes, de gritos y alegrías, de pasar las navidades juntos cocinando, riendo, celebrando los cumpleaños, verlos graduarse, hacer sus planes de futuro, recibir honores, viajar, vivir… Uno trata de seguir adelante, los ve partir, se le parte el corazón, pero hay que dejarlos volar, el vuelo es suyo, los sueños son suyos y también la llave del futuro.
Es su tiempo de gloria, se enamoran, azúcar se les vuelve la vida, sale a flote su poesía, componen bellas estrofas a la vida y al amor:
“Me asomé al ayer, volví a conversar con las estrellas y recordé cómo se llama mi mar y cómo reencuentro mis memorias, el pulso de un adiós y un calendario. Recordé unos ojos de amor esta mañana y una playa de luz en el riachuelo que logró convertir mi suspiro en verso y al evocar a la vez amor y tiempo, recordé que la vida es la sonrisa que sabe suprimir entre recuerdos las ausencias, las tristezas y las muchas soledades” (Del poeta Mauricio J. Victoria)
La vida no se puede encajar en un solo sitio, imposible saber de dónde saldrá el hechizo de los hijos, si seguirán siendo los mismos traviesos, si hallarán la felicidad, con quien compartir la vida, un momento, un vino, una melodía, sus triunfos. La libertad de ser es una lucha diaria, vencerla es agotador, pero se puede. Los hijos necesitan como necesitamos nosotros en su momento construir la base, abonar el terreno, amarlo y echar raíces para que nunca se sientan solos ni perdidos en el camino.
La tierra, la casa y los que nos quedamos echaremos de menos sus pasos, la luz de sus brillos, su amor a manos llenas y sus generosidades, sus carcajadas y cuentos, el araguaney que los vio crecer, sus voces y travesuras quedarán guardadas en mitad del pecho hasta que regresen- si es que regresan.
Un viento fuerte me golpea el pecho con abrupto ruido, siento como si se me hubiera roto la ventana del corazón por donde los vi partir y llegar tantas veces… Aquí se quedan los caminos a la espera de su regreso, igual se quedan los atardeceres, las mañanas, los perros, su casita, su cama, su familia, sus recuerdos, su patria, sus plegarias y sus cosas que permanecerán intactas esperándolos. Me quedo con su cariño y sus recuerdos y también con sus ausencias.
Bendigo el camino elegido, bendigo a todos los hijos de Venezuela que han tenido que buscar vida fuera de sus fronteras y bendigo a los míos que tal vez tengan que emigrar a plantar sus raíces fuera del corazón de la patria y del mío…
Amanda Niño de Victoria