El próximo miércoles celebraremos el Primero de Mayo, Día del Trabajador, fecha oportuna para contar sus acontecimientos más resaltantes. En cada país y en su tiempo, la jornada laboral de ocho horas fue una conquista considerada día festivo por acuerdo en París en 1889 del Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional, jornada de lucha reivindicativa y de homenaje a los Mártires de Chicago.
Ciudad industrial donde se dieron los principales sucesos, Chicago era la segunda de Estados Unidos en habitantes y desde el oeste y el sudeste cada año llegaban por ferrocarril miles de trabajadores del campo desempleados creando los primeros barrios obreros que albergaban a cientos de miles de personas junto a emigrantes de todo el mundo a lo largo del siglo XIX, aventados a esta nación en busca de empleo y mejor calidad de vida.
Las condiciones de trabajo eran deplorables y de explotación y la lucha por cambiarlas era inevitable. Una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada laboral y trataban de valer la máxima de “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso”. Antes existía una ley que prohibía trabajar más de 18 horas, “salvo caso de necesidad” y cualquier funcionario de una compañía de ferrocarril que obligara a un maquinista o fogonero trabajar jornadas de 18 horas diarias debía pagar una multa de 25 dólares.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la Federación Estadounidense del Trabajo, inicialmente socialista aunque algunos la señalan anarquista y en su cuarto congreso de octubre de 1884 habían resuelto que desde el 1º de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas bajo amenaza de huelga si no lograban esta reivindicación.
Además recomendaban a las uniones sindicales tratasen de hacer leyes en ese sentido en sus jurisdicciones, resolución que despertó interés por las posibilidades de lograr mayor cantidad de puestos de trabajo con la jornada de ocho horas.
El 1º de mayo de 1886, 200 mil trabajadores iniciaron la huelga mientras otros 200 mil lograban esa conquista con la simple amenaza de paro. En Chicago, donde las condiciones de los trabajadores eran peores que en otras ciudades del país, las movilizaciones siguieron los días 2 y 3 de mayo. La única fábrica que trabajaba era la de maquinaria agrícola McCormick en huelga desde el 16 de febrero porque querían descontar a los obreros parte de sus salarios para la construcción de una iglesia y mantenía la producción a base de esquiroles (rompehuelgas).
El día 2 la policía disolvió violentamente una manifestación de más de 50 mil personas y el día 3 se celebraba una concentración frente a sus puertas. Cuando el anarquista August Spies estaba en la tribuna, la sirena de salida de un turno de rompehuelgas sonó y los concentrados se lanzaron sobre los esquiroles en batalla campal. Sin aviso una compañía de policías disparó a quemarropa sobre la gente produciendo seis muertos y varias decenas de heridos.
El periodista Adolf Fischer, redactor del Arbeiter Zeitung, corrió a su periódico donde redactó e imprimió 25 mil octavillas con una proclama que entre otras frases proclamaba: Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza!
La proclama terminaba convocando a una protesta para el día siguiente, el cuatro, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket donde se concentraron más de 20 mil personas que fueron reprimidas por 180 policías uniformados.
Un artefacto explosivo estalló entre los policías produciendo un muerto y varios heridos. La policía abrió fuego contra la multitud matando e hiriendo a un número desconocido de obreros. Se declaró estado de sitio y toque de queda deteniendo a cientos de trabajadores que fueron golpeados y torturados, acusados del asesinato del policía. Estos hechos represivos fueron apoyados por una campaña de prensa pidiendo castigo y la horca a los cabecillas.
En junio de 1886 se inició la causa contra 31 responsables y luego quedaron ocho. Las irregularidades en el juicio fueron muchas, violándose todas las normas procesales en su forma y fondo, tanto que fue calificado de juicio farsa.
El 11 de noviembre de 1887 ocho trabajadores y dirigentes obreros fueron sancionados en Chicago por la sentencia que los hizo responsables de “instigar con violencia” los reclamos del Primero de Mayo del año anterior y su punto álgido el cuatro de mayo en la Revuelta de Haymarket por los trabajadores en huelga: Cuatro de ellos fueron ahorcados en acto público, tres eran periodistas.
Fueron a la horca los periodistas alemanes Adolf Fischer de treinta años y August Vincent Theodore Spies de 31 años y su colega estadounidense Albert Parsons, de 39 años y aunque se probó que no estuvo en el lugar, fue juzgado igual y pagó con su vida al entregarse ingenuamente para estar con sus compañeros.
El cuarto ahorcado fue el tipógrafo también alemán George Engel de cincuenta años. Su compañero Louis Lingg, carpintero alemán de 22 años se suicidó en la celda para no ser ejecutado. El pastor metodista alemán de 39 años y obrero textil Samuel Fielden y su coterráneo Michael Schwab de 33 años fueron condenados a cadena perpetua y el vendedor estadounidense Oscar Neeb a 15 años de trabajos forzados.
El corresponsal del diario argentino La Nación, el poeta cubano José Martí escribió la noticia: “… salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos”.
Martí describe la exhibición pública del ahorcamiento y cuenta que la concurrencia estaba sentada en hilera en sillas delante del cadalso como en un teatro: “Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”. Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable”.
Aquellos sucesos de Chicago entre el primero y el cuatro de mayo de 1887 costó además la vida de muchos trabajadores y dirigentes sindicales de número exacto aún desconocido y fueron miles los despedidos, detenidos, procesados, heridos de bala o torturados, la mayoría inmigrantes europeos, italianos, españoles, alemanes, irlandeses, rusos, polacos y de otros países eslavos. Este domingo en Crepusculario, a la una de la tarde, por Radio Popular 1130 AM te contaremos estas historias con la mejor música larense.
Juan José Peralta