Volver a escuchar infames aullidos de “paredón” a sesenta años de distancia evoca esos nefastos rasgos del ser humano tan bien caracterizados por Dickens en aquel implacable personaje de la revolución francesa llamada Madame Defarge.
Repetir la vil palabra en Venezuela destapa el auténtico espíritu de ese bodrio que cierta vez llamaron “revolución bonita”: Una que jamás fue más que expresión política de esos profundos complejos, baja autoestima, carencias éticas, hondas envidias, resentimientos y odios que en todos los tiempos y latitudes llevan a los miserables a culpar a otros por sus propias deficiencias.
Es un poderoso aliento, capaz de generar destrucción infinita sin consolidar logro alguno de permanencia histórica. Allí se encuentra la raíz y más perfecta explicación para quienes se asombran de ese “milagro” venezolano de pulverizar todas las estructuras económicas y sociales de una nación otrora opulenta sin erigir nada positivo a cambio.
La clave yace en la repugnante calidad humana de la jauría que hoy integra un régimen donde tantos alardean su plata mal habida, ostentando su tufo de nuevos ricos en el mal gusto de zafios narco-traquetos.
Otros se las dan de arrogantes perdonavidas, aflorando la intrínseca cobardía de matones que armados acosan y abaten a personas inermes, y reaccionan como viles ratas ante cualquier fuerza más poderosa. Ninguno de ellos obtendrá el respeto de la historia.
Los esbirros de este régimen son idénticos en infamia a los que hace sesenta años chillaban “paredón” en La Habana, pero las circunstancias son fatalmente diferentes para esta nueva encarnación de la misma miasma.
Los llamados a paredón en Cuba fueron alaridos triunfantes de una terrible fiera que se erigía redentora ante multitudes esperanzadas, refocilándose en sangre, terror y venganza sobre los restos de otro animal abatido.
Los mismos berridos en Venezuela son patéticos estertores de una bestia bruta, arruinada, descabezada y herida de muerte, acorralada ante masas decepcionadas e indignadas, retorciéndose en sus propias excrecencias.
Ambas aberraciones están destinadas a extinguirse, acordonadas más por las realidades del mundo moderno que por cualquier condición política – pero Venezuela saldrá adelante primero.
En el caso de Cuba un despiadado caudillo consolidó su tiranía en el auge de su popularidad, implantando terrorismo de Estado desde el inicio, mientras su oposición confiaba ciegamente en intervención externa y se dispersaba desunida y sin liderazgo. Pero en Venezuela la historia es completamente al revés: Y vamos bien.
Antonio A. Herrera-Vaillant