Apuntar paralelos entre los casos de Venezuela y Cuba es una opción fácil y simplista de cualquier analista. Por más de 20 años, a cada paso y coyuntura, se han alertado similitudes entre ambos procesos:
Los demócratas denuncian parecidos para dinamizar la resistencia nacional e internacional; y la dictadura los alardea para desmoralizar algunos opositores, proyectando un aura de invencibilidad por la – para muchos inexplicable – supervivencia de la siniestra dictadura isleña.
Nada sería más conveniente a la satrapía chavista que reducir al irreductible movimiento democrático venezolano a una mínima expresión de oposición histriónica a la cómoda distancia de un impotente exilio. Pero por fortuna las diferencias entre ambos casos son muy superiores a las semejanzas.
Comparar lo de Venezuela con lo de Cuba es como equiparar una ópera bufa con una tragedia griega, aún sin restar elemento alguno al abismal e innecesario sufrimiento del pueblo venezolano.
Donde el totalitarismo cubano inspira cierto aterrado respeto por la fría y eficiente crueldad de la jerarquía castrista, lo que genera el torpe, pueril y petulante chavismo es asco profundo y total desprecio, aún en medio de sus chambones zarpazos de bestia herida.
Ahora vienen algunos a buscar absurdos paralelismos entre la repentina y publicitada presencia de unos rusos y misiles defensivos en Venezuela, y la sigilosa introducción de armas nucleares que en 1962 envió el camarada Kruschev a la desafortunada isla de Cuba. Aquello fue una crisis mundial, lo que ahora vemos no pasará de dispendioso sainete.
En esta ocasión los rusos no vienen a enfrentar a los gringos – con quienes han debido mantener una copiosa y frecuente comunicación para evitar cualquier malentendido – ni al movimiento democrático venezolano.
Se trata de una costosa (para Venezuela) misión exclusivamente militar destinada a tranquilizar a algunos aterrados jerarcas militares de utilería, nada que ver con los charlatanes que componen la alucinada banda de “ideólogos” del sistema.
El colosal apagón de bienvenida que recibieron aquellos infelices rusos les debe haber subrayado la total ineptitud de la maleva pandilla de cacos, facinerosos y mangantes que están tratando de apuntalar.
Los paranoicos aliados cubanos – que ahora parecen quedar como quinta rueda – recordarán amargamente la lección de 1962: Que en todo ajedrez internacional el lado criollo suele quedar como la proverbial cucarachita en bailes de gallinas. Y el autócrata Putin comenzará bien pronto a descubrir que quien duerme con niños amanece embarrado.
Antonio A. Herrera-Vaillant