El pueblo caminó sin esperanzas por mucho tiempo. El desierto se hizo largo, repetía los mismos paisajes y espejismos y por las noches mostraba la cara solitaria y gélida de la orfandad. Paso tras paso las multitudes oraban al señor les diera aliento para continuar su camino hacia un lugar seguro donde las fieras y las inclemencias del entorno no infligieran tantas penas al cuerpo y tantos malos presagios se acunaran en el alma.
Día tras día la ruta se hizo circular y sobre las mismas huellas los pies sangraron. Con rabia el pueblo intentó clamar con sus gritos de sangre en mitad del desierto pero sus exclamaciones se convirtieron en un eco multiplicado que regresaba a los propios oídos como señales adversas que ratificaban la derrota y el suplicio de sufrir la pena máxima por querer buscar un paraíso entre las ruinas de ambiciones remotas…
En algún lugar de la montaña estaban los guías, ocultos en el despertar de la infancia. Desde lo profundo del silencio las aves de la noche dibujaban silbidos de adoración a extrañas y nuevas nubes que únicamente eran vistas por niños con edad inferior a los 10 años. Entre el sopor de los lamentos algunas veces circulaba un viento refrescante.
El calor se metía en lo profundo de la garganta y las palabras se convirtieron en una tos cansada y carrasposa, el miedo a desfallecer se hizo colectivo y este cansancio de pronto se hizo ejercito juvenil que pretende con valor demostrar al mundo que somos un país invencible y que derrotaremos a los invasores que intentan humillarnos .Quisieron vejar la juventud poniendo al desnudo su cuerpo y solamente lograron que su alma limpia brillara con mas intensidad.
Dios está con nosotros, dijo una voz que bajó de las montañas y sin miedo propuso emprender con bríos un recorrido por el antiguo camino que mil generaciones antes habían trazado con sus viejas caravanas. Allí en las calles, junto a nuestros jóvenes… Dios está con nosotros.
Jorge Euclídes Ramírez