La lucha espiritual no se ve a simple vista, pero es real. La guerra implacable entre las fuerzas del Mal (de Satanás) y las fuerzas del Bien (de Dios) son más fuertes que nunca. Y el Demonio, mentiroso de oficio, hace creer que va a ganar esta lucha.La Cuaresma, que comenzamos con el Miércoles de Ceniza, nos invita a apertrecharnos para esa lucha espiritual.
¿Cuáles son nuestras armas? El ayuno, la limosna y la oración. Estos ejercicios nos ayudan a desprendernos de lo que nos impide ganar el combate espiritual.
Jesús tuvo su combate espiritual cuando después de haber pasado cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, “fue tentado por el Demonio” (Lc. 4, 1-13).
¡Qué osadía pretender tentar al mismo Dios! Osadía que no pasa de ser necedad y brutalidad: ¡cómo ocurrírsele que Dios iba a caer en sus redes! Allí en el desierto, Jesucristo hizo que Satanás probara su derrota, derrota que completó con su Cruz y su Resurrección. Y esa derrota será plena y terminante el día de su venida gloriosa, cuando regrese a establecer su reinado definitivo y ponga a todos sus enemigos bajo sus pies.
El Demonio pretendió desviar a Cristo de su misión con tres tentaciones: una de poder, otra de gloria y triunfo, y otra de bienestar material. El bicho sigue con el mismo guión: es lo mismo que nos ofrece hoy en día a todos los que quieran estar en el equipo perdedor.
Con la primera tentación, el Demonio invita a Jesús a convertir las piedras en pan para calmar su hambre. Es una tentación de poder, pero también de ceder a los sentidos para consentir el cuerpo. Tentación también muy presente en nuestros días: no hay que sufrir, si con poder se puede aliviar cualquier cosa.
La segunda tentación fue de avaricia y poder temporal, por supuesto acompañada de su siempre presente mentira: “A mí me ha sido entregado todo el poder y la gloria de (todos los reinos de la tierra) y yo los doy a quien quiero”. ¡A cuántos no ha engañado el Demonio con esa mentira de ser el dueño de lo creado y de que si se le rinden y lo adoran a él, en vez de a Dios, él les dará lo que le pidan!
La tercera tentación fue de orgullo y soberbia, triunfo y gloria. Y en ésta sí se pasó de osado: tentó al mismo Dios con la Palabra de Dios. Le sugirió que se lanzara en pleno centro de Jerusalén de la parte más alta del Templo porque, de acuerdo a la Escritura, los Ángeles vendrían a rescatarlo en el aire. Imaginemos lo que hubiera sucedido con un milagro así: ¡Jesús reducido a super-man!
Sabemos por la Biblia -y por experiencia- que nosotros no vamos a estar libres de tentaciones. La santidad no consiste en no ser tentado, sino en poder superar las tentaciones. Y contamos con toda la ayuda necesaria de parte de Dios para estar en el bando ganador, para ganar las batallas espirituales y la batalla final.
Isabel Vidal de Tenreiro
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