El ecosistema político y social de nuestra época no es amigable a la existencia o formación de partidos políticos. Mi afirmación no se refiere exclusivamente a nuestra Venezuela, donde la vocación del poder es a un monopolio con partido único que considera contra revolucionaria toda iniciativa política, económica, social o cultural independiente de él, sino al mundo, donde personalismos y populismos rebrotan con tanto brío. Pero sin partidos no hay democracia, aunque para que la haya no bastará que éstos existan. Son una condición indispensable, pero nunca suficiente. Y siempre habrá que hacer en su seno para mejorarlos y así puedan desarrollar, en beneficio de todo el pueblo, sus capacidades fundamentales en lo organizativo y electoral, en lo gubernamental con proyectos y equipos, y en la innovación con ideas y gentes nuevas. Ese carácter esencial para la democracia los hace blanco natural de cualquier antipolítica, se aloje en el poder o en las redes sociales.
El futuro democrático de nuestro país, ese que asoma en medio de la crisis, el mismo que pugna por superar obstáculos y peligros, necesitará partidos políticos sanos y fuertes, aptos para colaborar entre sí en una primera fase transicional y para competir lealmente, como debe ser, más adelante cuando la situación se vaya normalizando.
Los partidos políticos venezolanos, nuevos o viejos, están muy golpeados. Acusan el desgaste de dos décadas luchando ante un régimen superavitario en mañas, y por años también en plata y deficitario en escrúpulos y la erosión que le puedan haber causado sus propios errores u omisiones. Además, es imposible pasar por alto que han recibido los impactos de una línea sistemática del régimen, dirigida a desaparecerlos como competencia real. Apenas se los tolera como extras, parte de una ambientación que le sirva de coartada. Ilegalización de partidos o manipulación de los tribunales y el órgano electoral para arrebatarles la titularidad o la representación. Inhabilitaciones, prisión, juicios, persecución y acoso policial, destierro y restricciones a la libertad de expresión y el derecho a la información. Desprestigio y debilitamiento de los mecanismos democráticos como la participación política, el voto, el diálogo. La esterilización de la Asamblea Nacional desconociendo el sistema constitucional.
En los residuos de libertades democráticas que nos quedan, el juicio social ante los partidos es muy severo. Con eso, se anota una ventaja importante el autoritarismo.
El liderazgo reconocido a Juan Guaidó y la valoración del papel de la Asamblea Nacional abren una ventana de esperanza y dan una señal al liderazgo partidista La gente descontenta quiere la democracia y también una oposición renovada en mensajes y en mensajeros. Si la política desde los partidos es protagonizada por esa renovación, hay alta posibilidad de reconfiguración. Y Venezuela sale ganando.
Ramón Guillermo Aveledo