Iniciada la década de los años 50 del siglo pasado, se realizó en Caracas un congreso internacional de arquitectos, tenía poco tiempo de graduada pero me tocó asistir. Conocí unos arquitectos cubanos, uno de apellido Capablanca, hermano del famoso campeón de ajedrez. En un coctel en honor de los visitantes, una compañera y yo vimos solos en una mesa a unos arquitectos haitianos, nos sentamos con ellos, había música bailable y salimos a bailar. Uno de los cubanos se acercó luego y me dijo en tono de reproche: “¿Ustedes bailan con negros?“ Lo miré a los ojos y le respondí: con colegas.
No pasó mucho tiempo sin que tuviera experiencia del daño psíquico que puede hacer la discriminación, la falta de solidaridad y tolerancia con otro ser, tan humano y tan hijo de Dios como todos, aunque tengamos tonos de piel diferentes. Había entrado a trabajar con nosotros, en la Dirección de Urbanismo del Ministerio de Obras Pública, precisamente también un arquitecto haitiano. Fuimos como delegados a un congreso de ingeniería y arquitectura en Barquisimeto. Del avión nos llevaron al hotel donde se hospedaría le delegación, yo no, me quedaría con mi familia local. En el lobby, el haitiano se me acercó y empezó a decirme cosas que yo no entendía: que si me sentía molesta él podía podía irse a otro hotel… Lo primero que se me ocurrió fue decirle fue que no iba a hospedarme ahí. Después, me cayó el níquel: el pobre, acomplejado por quién sabe cuántas discriminaciones, creía que yo también era de ese bando. No podía estar más equivocado. Sin embargo, la cosa no paró ahí. Un tiempo después, en nuestras oficinas de Caracas, comenté entre compañeros que quería aprender francés e iba a buscar un profesor. El haitiano se ofreció, le dije que no porque, entre amigos, no me cobraría y yo necesitaba algo más formal para cumplir. Metí la pata, luego me dijeron los otros que él se había ofendido porque yo lo había despreciado. Yo creía lo contrario. De manera que no pegué una con el acomplejado haitiano y eso me dolió.
Solidaridad y tolerancia son conductas correspondientes a la sensibilidad humana. El hombre integral le tiende la mano a su hermano. La discriminación, actitud tan común entre los hombres, es, por lo tanto, una paradoja.
Cuando era profesora de jóvenes en Universidad Monteávila –ahora lo soy de profesores y adultos- me preocupó saber cómo se sentía una muchacha judía en una universidad cuyo eje es el humanismo cristiano. Le pregunté si había tenido algún inconveniente o incomodidad. Me dijo que no, se sentía muy bien allí y estaba contenta. Ella misma expresó en una reunión que la característica del venezolano era la tolerancia. Eso me agradó mucho y aun pienso que solidaridad y tolerancia son virtudes nuestras, a pesar de un gobierno espurio que está demostrando todo lo contrario. Recordemos aquel barco cargado de judíos que huían de Alemania durante la II Guerra Mundial. Llegó a las costas americanas, ningún país quiso recibir a los angustiados pasajeros, sólo Venezuela, gracias a la gestión que hicieron los hebreos venezolanos ante el presidente López Contreras y éste les abrió las puertas. Por Puerto Cabello entró entonces un nutrido grupo de hombres, mujeres y niños que vinieron, no sólo a engrosar nuestra escasa población, sino a darle a nuestro país su intenso trabajo, con el consecuente progreso económico, científico y cultural.
Pero la solidaridad y la tolerancia también hay que saberlas administrar, no pueden darse a ciegas. Hay que cuidarse de una inmigración de fanáticos ideológicos o religiosos. ¿Qué está pasando hoy en Europa? Invadida de musulmanes radicales, peligran sus valores culturales, religiosos y la paz. En Francia hay más mezquitas que iglesias, la población musulmana crece muy por encima de la autóctona, impone sus costumbres y lo que es peor, su violencia terrorista. Hay en esa nación una sostenida persecución contra los judíos, como un resurgir del nazismo, ¡en suelo francés!
Tenemos que alarmarnos y hacer algo: clamar, escribir, orar… ¡no podemos tolerar otro holocausto!
Alicia Álamo Batolomé