Buscando otro papel en mi biblioteca, me encontré con un recorte amarillento de algún día de 1998 en El Universal. “Deseo equilibrar Ejecutivo-Parlamento”, había dicho el candidato presidencial Hugo Chávez en una conferencia en Londres con la promesa de una democracia venezolana semejante a la del Reino Unido que sustituyera a un “sistema que degeneró hasta la tiranía”.
Transcurridos seis años del intento de golpe, o rebelión militar como prefiere llamarlo la propaganda oficialista, “el país sigue crujiendo –dice Chávez-, la crisis moral continúa, la pobreza llega al 85%, la extrema al 15% y la inflación es la más alta del mundo” y agregaba un déficit fiscal de cuatro puntos del PIB y la deuda externa de treinta mil millones. Veinte años después es imposible negar que la crisis moral es más profunda, más ancha y mucho más grave. La pobreza en nuestro país no era la calculada por el entonces aspirante, pero ya era un serísimo problema en 1998, con poco más del 44%, pero hoy el ENCOVI la ubica en 87%, con una pobreza extrema de 25,8%. Entre 1989 y 1998, la inflación acumulada fue de 52,4% en cifras del BCV, para finales de 2017 el mismo instituto la ubicaba en 2.616% y se sabe que las estimaciones para 2019 del FMI y todos los expertos se quedaron cortísimas porque puede llegar a 10.000.000%. El economista oficialista Jesús Faría calcula el déficit fiscal en 15% del PIB y la deuda externa es de 155.900 millones de dólares y solo con China duplica y pico la deuda total declarada por difunto Presidente en campaña.
En cuanto a los equilibrios institucionales tal vez la situación sea peor a la económica y social. El gobierno no acepta ni siquiera la relación Gobierno-Asamblea diseñada en la Constitución. Si lo medimos por la promesa de imitar al país que visitaba, habría que decir que en materia de poderes parlamentarios y control del gasto público habríamos retrocedido a la situación inglesa antes de 1258. Es decir, setecientos sesenta y un años.
Opositor desde el día uno, podría aprovechar para decir que era un cuento, pero no lo haré. Póngale que sinceramente quisiera cambiar para mejor. Pero sea por sus inclinaciones propias o por haber formado un equipo ideológicamente atrasado, muy incompetente o ambas cosas, lo cierto es que tomó el camino equivocado, uno que nunca podía llevarnos a la democracia, el progreso o la justicia social. Y ese es el punto. El camino equivocado nunca lleva al destino correcto.
Paso a paso, marchamos a paso de vencedores por una vía del
empobrecimiento. Así ha sido donde quiera. Compare las dos Alemanias o las dos Coreas. Inicialmente el dineral manejado permitió que con todo el desorden y la corrupción, se disimularan los problemas. Ahora es imposible.
Esa es la ruda verdad que nos da en la cara. La diferencia entre ilusión y realidad es una lección, incluso dolorosa, que deberíamos asimilar los venezolanos cuando nos asomamos a la oportunidad de grandes cambios constructivos.
Ramón Guillermo Aveledo