#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: El afán de desprestigiar #20Feb

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Supongo que mis lectores -si los tengo- habrán tenido más de una vez la experiencia de que cuando en una reunión social se hace el elogio de alguien o algo, no falta quien diga: Sí, pero… y suelta un defecto, una falla, del personaje u obra en cuestión. Ese “sí pero…“ es una expresión que me descompone, porque trae siempre lo negativo, lo mezquino. Hay casos en que una familia está pasando crujías por el desempleo del padre. Al fin consigue un trabajo respetable con un buen sueldo, uno felicita a su amiga, la esposa del susodicho y le sale con: Sí, pero… le queda muy lejos o el jefe es pretencioso o es una zona con mucho viento y se puede resfriar. Esa previsión de males me molesta. ¡Cuándo aprenderemos a alabar a Dios por los bienes que recibimos!

El “sí, pero“ crece cuando se trata de triunfadores. Hace muchísimos años, cuando Myriam Cupello -a quien no conocía pero el destino la iba a hacer después mi cuñada- ganó el concurso de Miss Venezuela y era de una belleza casi perfecta -casi porque la plenitud de la belleza sólo está en Dios- no faltó quien dijera: Sí, pero tiene los pies grandes. Una mujer de la estatura estatuaria de Myriam no podía tenerlos pequeños porque se hubiera ido de bruces.

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Si esto es con una muchacha de 17 años que gana un concurso de belleza, ¡qué será con los grandes triunfadores en el arte, la cultura, la ciencia, el deporte, los negocios! Esta actitud negativa, por supuesto, tiene mucho que ver con la triste y oscura pasión de la envidia. Sin embargo, no es en estos campos donde más se afinca el afán de desprestigiar, éste se atrinchera, principal y definitivamente, en el mundo de la política.

En los últimos malhadados 20 años de nuestra historia, el fundador del régimen y sus no menos inicuos sucesores, han dedicado gran tiempo a despotricar de la democracia antecesora, el Pacto de Punto Fijo, los partidos principales, sus fundadores y representantes. El difunto iniciador del proceso, en sus inacabables discurso televisivos, expropió y despidió personal con calificativos denigrantes. Prototipo de esta hazaña, el caso de PDVSA. Dejó a sus directivos y técnicos en la calle, se gozó en su afán de desprestigiar a quienes habían hecho florecer la industria petrolera y llevado la empresa a un puesto relevante a nivel mundial. Hoy ésta es un cadáver difícil de resucitar.

Sin embargo, el fatídico afán no es sólo de un régimen corrupto, sino, lo más lamentable, también de quienes lo combaten: parte de la oposición. No me refiero tanto a los opositores activos que, equivocados o no, dan la cara, están en la lucha; acuso a muchos pasivos, cuya única actividad es la de la lengua corrosiva. Cuando alguien se destaca en el combate opositor, esas lenguas viperinas lanzan el dardo de los “sí, pero…“ para destruir reputaciones. En las reuniones en mi casa, a estas actitudes mezquinas les pongo un parado. Cuando aquellas primeras elecciones primarias para escoger el candidato de la oposición, expresé mi problema: Es que me gustan todos. Enseguida saltó una señora: A mí ninguno. Y dijo de uno de los más prestigiosos, que no era inteligente. ¿Por qué? Fíjate cómo habla. Muy bien, pero no para quienes se echan de “intelectuales“, sino para el pueblo, a quien debe conquistar. Y lo conquistó.

Quizás porque estamos hoy todos eufóricos de esperanza o porque salgo poco a la calle, todavía no he oído un “sí, pero…“ a propósito de Juan Guaidó, pero seguramente vendrá. Preparémonos para neutralizarlo con un comentario honesto y pleno de optimismo, para él y su equipo. Así contribuiremos al triunfo de este movimiento positivo y refrescante que se inicia.

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