Una de las ventajas de cursar un máster interdisciplinario es que, a través del lenguaje y discurso de cada disciplina, se van aprendiendo las diferentes lógicas que cada una tiene. Es una dinámica muy enriquecedora porque ayuda a examinar los problemas desde diferentes perspectivas, respetando a cada una y, consecuentemente, enriqueciendo a una mirada que cada vez se hace más amplia.
Ahora que los acontecimientos nacionales nos mantienen a todos expectantes (creo que sin distinción de simpatías políticas), en la víspera de lo que pudiera representar un cambio de dimensiones significativas, me gustaría expresar a través de tres lógicas diferentes –la jurídica, la económica y la política-, tres deseos respecto de lo que aspiro sea el devenir de nuestro país y nuestras instituciones.
Cuando a un abogado se le formula una consulta, la respuesta más común suele ser depende. En primer lugar, por razones éticas que impiden asegurar resultados, pero también porque un mismo hecho simple, pongamos por caso, una coacción o agresión, según las circunstancias en las que se haya producido podría terminar siendo muchas cosas: un hecho doloso, culposo, de legítima defensa, imputable a un tercero, etc. o, últimamente incluso, un caso de violencia de género. En tercer lugar, porque si se tratase de un emprendimiento, pongamos, una iniciativa creativa, son tantas y tan variadas las intervenciones de los órganos del Estado en la legislación que, antes de afrontar riesgos, conviene tener conciencia de si aquello a lo que se aspira está prohibido o ha sido reservado al ámbito público o de determinados sujetos.
En este sentido, respecto de la justicia y el derecho, mi deseo es que los venezolanos logremos consensos que conduzcan a reducir coacciones y prohibiciones contra los individuos y lleven a comprender que la persona, con su dignidad inherente, es el sujeto de las conquistas de todas las generaciones de derechos humanos y que, en el núcleo de tales conquistas, están los valores fundamentales de la libertad y la igualdad. Y a entender que los garantes de estos valores son la sociedad y el Estado, frente a los cuales los ciudadanos tenemos el derecho, siempre legítimo, de desarrollar nuestra personalidad, es decir, de llevar adelante nuestras vidas conforme a nuestras aspiraciones y creencias, respetando la de los demás. Sería un alivio muy grande y una satisfacción mayor sentir que pronto tendremos más libertades para desplegar nuestra creatividad y potencialidad y que, frente a las incesantes prohibiciones de la iniciativa privada, coacciones o amenazas de coacción por parte del Estado o de otros individuos, existirá un poder judicial independiente que nos ampara y nos protege.
La lógica de la economía es diferente. Está más centrada en los costos y beneficios que tiene cada conducta y cada intercambio económico. Por tanto, se trata de una dinámica de incentivos en la cual nos abstendremos de llevar a cabo las conductas más costosas, y estaremos siempre propensos a ejecutar las que menos nos gravan.
De esta manera, uno de mis principales deseos respecto de la economía tiene que ver con que hallemos consensos institucionales a través de los cuales aumentemos los costos y consecuencias de ser rentistas, para que la excesiva concentración del poder político y económico no consiga más posibilidades de beneficiar a unos pocos una y otra vez aumentando sus privilegios y monopolios, mientras reducen las oportunidades de competir y soñar de todos. Que sepamos construir instituciones tan fuertes, que sean capaces de disminuir los costos de emprender, crear e innovar. Será una bendición que muy pronto todos podamos compartir la sensación de que el ahorro fruto de nuestro trabajo estará protegido y que más nunca se devaluará de forma tan absurda y que, asimismo, estarán protegidos nuestros capitales e inversiones (por pequeñas que sean), nuestras tecnologías y, lo más importante, nuestro capital humano. Y que pronto logremos integrar tanto a nuestros diferentes sectores económicos y atraer a tantos inversores y emprendedores, que hagamos que se cumpla aquella ley según la cual, a más productores, más prosperidad y ganancias para todos.
Por último está la lógica de la política. Una que consiste en la construcción de mayorías de electores que se unen con la pretensión de asumir el gobierno porque comparten una serie de rasgos comunes que les aglutina pero que, al mismo tiempo, les separa y distingue del resto. La política es el arte de la construcción de mayorías y de saber diferenciarse de los demás grupos con aspiraciones de gobierno. Muchos autores afirman que el clímax de la política, entendida de esta manera, es el “momento populista”, fenómeno en el cual ocurre que una nueva mayoría política, conducida por un liderazgo determinado y sus símbolos, ha llegado a ser tan pronunciada que logra trazar una línea divisoria de la sociedad en dos bloques perfectamente distinguibles: el del pueblo que aspira inclusión y democratización y el de una élite en el poder con la que se quiere romper.
El peligro de llevar al extremo este tipo de razón política ya lo conocemos de sobra en Venezuela. Se trata del cruce de la línea que la contiene y que, una vez traspasada, la convierte en moral. Cuando la política se convierte en moral, se pasa de la diferenciación entre ciertos valores (como la libertad o la igualdad) o políticas públicas (más redistributivas o más de libre iniciativa, por ejemplo), a la diferenciación entre buenos y malos, lo que trae consigo no solo la desfiguración de la identidad nacional, sino también la disolución del tejido social que permite asumirnos como un solo país.
Afortunadamente eso también está por cambiar y una generación de ciudadanos y políticos con sentido de nación está por nacer: consciente de la necesidad de construir una estructura institucional y una dinámica política capaces de canalizar las diferencias a través del diálogo parlamentario enmarcado en la Constitución y la Ley, en un Tribunal Supremo de Justicia imparcial o, en último término, mediante la garantía de sustitución de actores políticos en elecciones libres, justas y transparentes. Yo también creo que vamos bien.
Héctor J. Pantoja Pérez-Limardo