#OPINIÓN 4F #9Feb

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Se cumplen 27 años del 4 de febrero de 1992, intento de golpe de estado para mí y para muchos. Para otros, no pocos, “rebelión militar”. Lo indiscutible es que su intención era romper con la constitucionalidad. .

Frecuentemente y estos días lo escucharemos otra vez con insistencia, la retórica oficial conmemorará el intento golpista del 4 de febrero como la fecha fundacional de la nueva y definitiva historia venezolana. “Venezuela cambió para siempre” es una consigna que se repite como un acto de fe, no como un auto de fe porque éste implicaba abjurar de los pecados cometidos y arrepentirse, pero la propaganda nos presenta aquella conspiración como una hazaña.

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No todos los protagonistas del 4F viven, la terca realidad contradice a la propaganda, pero sí viven, vivimos los venezolanos, sus secuelas. Una de ellas es la paradoja de que quienes tienen casi tres décadas anegando en incienso retórico aquella conspiración y el golpe intentado, fracasado entonces y exitoso posteriormente, pretenden al mismo tiempo acusar de “golpistas” a quienes se les oponen, aunque sea por el más pacífico y democrático de los métodos y tratan de parapetarse en su defensa, en el alegato de la constitucionalidad en la cual no creen, por convicción ideológica, y han dejado maltrecha luego de llevársela por delante cada vez que han creído necesitarlo para conservar un poder que, a diferencia del diseñado en la Constitución, conciben total, absoluto, concentrado e infinito.

En esa conspiración empezó el proyecto de politizar la Fuerza Armada Nacional y militarizar la política. Una malísima idea. Nociva para la Nación venezolana y para su organización castrense que en los noventas estaba entre las instituciones más respetadas del país y hoy amarra su suerte al desprestigio gubernamental. Porque ha sido esa institución nacional utilizada, manipulada diría más exactamente, como ariete para derribar el edificio de la constitucionalidad. Quien escribe, cuya condición civil y civilista no le impide reconocer que respeta, valora y aprecia la institución militar, no puede negar que le duele constatar su situación actual.

No se puede juzgar el 4 de Febrero como si no hubieran transcurrido veintisiete años desde que ocurrió y veinte de los dos gobiernos que bajo su inspiración se instalaron. A hoy, ninguno de los problemas de entonces se ha resuelto o se ha mitigado, al contrario, todos se han agravado. Y además, nos han aparecido problemas nuevos, problemas de muy difícil solución cuya superación nos tomará años y esfuerzos porque, al contrario de lo que creían los alzados cuatro febreristas, en las cosas de la política, la magia es mentira.
Ironía cruel es que aquello que se hizo en nombre de la soberanía, haya desembocado en la peor amenaza a la soberanía nacional que este país ha sufrido de la Batalla de Carabobo para acá.

Ramón Guillermo Aveledo

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