#OPINIÓN Del Guaire al Turbio: Carta al Presidente Encargado de Venezuela #6Feb

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Excelentísimo Señor Ing. Juan Gerardo Guaidó Márquez

Presidente de la Asamblea Nacional

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y Presidente Encargado de la República de Venezuela

Me dirijo a Usted sin la intención de darle consejos ni sugerencias, tan sólo deseo contarle mi experiencia de vida de 93 años como ciudadana de este país. Tal vez de alguna utilidad puede servirle esta información del testigo presencial de un buen trozo de nuestra historia contemporánea. He visto levantarse y surgir, construir y destruir, prometer y fracasar, luchar y triunfar, ofrecer y desilusionar, buenas intenciones y malas decisiones, aferrarse a posiciones, cegar paso a las nuevas generaciones, enquistarse en el poder, linchamiento a esbirros menores y los mayores en exilio dorado… ¡qué no he visto desde que se posó en mi cabeza, de niña muy pequeña, la mano enguantada del dictador Juan Vicente Gómez, hasta hoy! Una página completa de vida política venezolana.

He visto cómo el poder obnubila a los hombres al frente del Estado, a los fundadores y jefes de empresas, no sólo financieras, sino filantrópicas, culturales, hasta apostólicas y se dejan llevar por los aduladores que buscan posiciones. ¡Ah, esas camarillas en torno al poder y a quien lo detenta, así sea a altos o bajos niveles o interinamente! Las vi de lejos y las viví de cerca.

Son esos que en inglés llaman yesmen porque aprueban y alaban todo lo que sugiere el jefe, así sea un disparate para los técnicos que conocen su asunto y lo discutirían a conciencia, pero son desplazados a segundo término.

Me sucedió a mí en las Empresas Mendoza. Fui el primer arquitecto de la Fundación de la Vivienda Popular, idea de Eugenio Mendoza para ayudar a tener vivienda propia a los ciudadanos de bajos recursos. El gerente que me contrató era el ingeniero Arturo Pardo. Me tocó diseñar el urbanismo y las casas de la primera realización de ésta en la ciudad de Valencia y algunas otras. Mientras Pardo fue el gerente, nos reuníamos semanalmente con don Eugenio para discutir en los planos las obras a realizarse o en plena realización. El Sr. Mendoza era un hombre muy capaz, curtido en el conocimiento del pueblo venezolano. Tenía sus puntos de vista y yo los míos en arquitectura y urbanismo. Discutíamos. A veces me convencía él, como lo de poner la batea fuera de la casa, adosada a la pared de la fachada posterior, bajo el alero, porque las que iban a lavar ropa allí estaban acostumbrada a hacerlo en el río y así se le ganaba espacio a la cocina.

Otras, lo convencía yo. Una vez insistía en hacer algo en la Fundación Valencia, contra mi diseño, muy bien pensado. Ya estaba lista la urbanización y habitada. En el centro de la misma, la zona comercial, escolar y religiosa. Allí llegaban lo que podríamos llamar las dos alas de la urbanización, pero no se comunicaban por allí sino en la periferia. Mi proyecto buscó evitar la velocidad en las calles y los desagradables policías acostados. Había dos vías, de uno y otro lado, que se encontraban sin tocarse, gracias a una parte de la plaza central. Don Eugenio estaba empeñado en unirlas para facilitar el tránsito, me oponía porque entonces los vehículos podían desarrollar velocidad. Cada semana venía con la cantinela de abrir el paso y yo que no. Pero un día me harté y destempladamente -tal vez groseramente-, casi tirándole los planos encima, exclamé: ¡Abra su calle…! Lo hizo. Poco tiempo después vino a decirme: Doctora, usted tenía razón, ahora tenemos que poner un policía acostado.

Cambió el gerente. Vino el Dr. Alfredo Rodríguez Amengual. Trajo a su hombre de confianza en su oficina particular, Omar Feaugas, un dibujante muy diestro que ya fungía como arquitecto. Me dejaron de convocar a las reuniones con Eugenio Mendoza. Al día siguiente venía Feaugas con mis planos rayados de lápiz rojo: El Sr. Mendoza quiere esto y esto…

Le halagarán los oídos, Ing. Guaidó, como se los halagaron a Marcos Pérez Jiménez que no tenía talante ni ganas de ser dictador, pero lo hicieron, de pacotilla, ciertamente, sin la fibra de tal como Juan Vicente Gómez, que nunca comió cuentos de aduladores. Quiera Dios que usted se haga el sordo para que no precipite ni dilate su momento. Tiempo hay de formarse más y madurar. Usted es muy joven, puede ir, con un equipo, paso a paso…, eso sí, ¡a paso de vencedores!

Alicia Álamo Bartolomé

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