No sé trata de un tema político, que se preste a la estéril controversia.
Es, por lo contrario, un asunto de vida o muerte para millones de compatriotas, condenados a morir de mengua o a causa de la ausencia de fármacos que les permitan tratar las enfermedades que padecen. Una de las opciones que muchos en su desespero han abrazado, la diáspora, los expone a otros inclementes zarpazos: la abrupta improvisación de modos de vida, los desgarros de la incertidumbre y el vértigo del destierro.
Por eso resulta cruel e inmoral que, en su criminal ocaso, el Gobierno saliente de Nicolás Maduro, obsesionado tan sólo en alargar sus privilegios y garantizar postreras impunidades, persista en colocarse de espaldas a una tragedia que lesiona en forma sensible a la familia venezolana, ahora fracturada; pero aferrada, eso sí, a una esperanza que ha prendido en los corazones de todos y está vez no dejaremos perder.
Los argumentos del antiguo régimen, embarrados de bastarda y ya superada ideología, son inaceptables, precisamente por inhumanos, y cínicos. Nuestra soberanía no será ultrajada mediante el bloqueado envío de contenedores con alimentos, medicinas e insumos para los hospitales, que los Estados Unidos y la Unión Europea han ofrecido desde hace meses.
Echemos el miedo a la espalda.
Hemos despertado para soñar.
No le fallemos a Venezuela en esta hora decisiva.
Acompañamos a decirle SÍ a la ayuda humanitaria.
José Ángel Ocanto.