#OPINIÓN Craig Venter: a Dios le ha salido competencia #28Ene

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A la memoria de Aristides Bastidas. Un lujoso yate recorre las costas del continente americano. Recoge el Sorcerer II muestras de vida cual Charles Darwin del siglo XXI. Su propietario es el estadounidense Craig Venter, nacido en Salt Lake City en 1946, quien se ha convertido en la estrella más rutilante de esa ciencia tan asombrosa como enigmática: la genética.  Digamos que esta disciplina, creada por un humilde y desconocido monje, Gregorio Mendel, en el monasterio agustino St. Thomas de Brünn, Moravia, en 1856, ha dado uno de sus pasos más resonantes y espectaculares en la alborada del siglo XXI.

Este hombre se parece en extremo a otro líder de la ciencia y de los negocios por su audacia sin límites: Bill Gates, dueño y señor de Microsoft. De manera parecida a Gates, Venter abandonó los laboratorios financiados por el Estado, el Proyecto Genoma Humano, para crear su propia compañía privada, para de tal manera hacer allí con libertad sus extraordinarios experimentos  basados en una estrategia que llamó shotgunsequencing: trocear el genoma y recomponerlo con ayuda de un programa informático, proceso que lo llevó  a crear en 2007 la primera forma artificial de vida.

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Su “Frankestein” ha recibido el nombre de Synthia: partiendo de cero ha creado un virus denominado Phi-X174. Su genoma sin embargo estará animado por otra forma de vida, pues el genoma artificial deberá ser trasplantado en la estructura de otra bacteria similar. Venter demostró que esta tipo de trasplante es posible al trasferir el genoma de una bacteria Myclopasma a otra bacteria estrechamente relacionada con ella.

Las consecuencias de tamaño descubrimiento son descomunales y de un grandísimo y fantástico valor económico y estratégico. Venter ya ha firmado con la poderosa empresa British Petroleum un contrato para eliminar los restos del gigantesco derrame de crudo en el Golfo de México. Pero ello es poca cosa si se comparado con el muy audaz proyecto de Venter: convertir el abundantísimo hidrógeno en una fuente segura y limpia de energía, creando para ello microorganismos sintéticos que lo elaboren. Uno no puede menos que pensar en una era postpetrolera en ciernes.

Toda esta prodigiosa novedad no está lejos del riesgo y el error. Uno de los colaboradores de Venter, Hamilton Smith,  ha afirmado que están en la capacidad de reavivar el genoma del virus de la viruela, un germen extremadamente patógeno que se haya congelado en laboratorios estatales de Estados Unidos y  Rusia. Tales microorganismos, virulentos en extremo, podrían caer en manos de terroristas y de gobiernos enemigos que colocarían en peligro  la seguridad  del planeta.

También es posible un “bioerror”, la creación accidental de unos microorganismos de infectividad desconocida. Se ha propuesto, en consecuencia, una moratoria de tales experimentos hasta que se creen los protocolos de seguridad más estrictos y eficaces.

El enfant terrible de la genética, sin embargo, continúa en su frenética y delirante búsqueda del éxito científico y económico. Nos coloca Venter en situaciones que ni la ciencia ficción pudo atisbar, tales como los derechos de autor o la patente sobre un organismo viviente. ¡Ese organismo puede ser un humano! Se abre pues un acalorado debate moral y religioso en torno al ADN sintético, un extraordinario avance científico como lo fue en su oportunidad el protagonizado por Francis Crick y James Watson, cuando en 1953 dejaron perplejos a la humanidad al  descubrir la doble hélice del ADN.

Entre sus planes  a futuro más ambiciosos de Venter y sus empresas destaca el de recolectar ADN marciano con el concurso otro notable genetista, Jonathan  Rothberg, nacido en 1963. Se llama proyecto SET-G o la “búsqueda de genomas extraterrestres”. Enviaran al planeta rojo máquinas secuenciadoras de ADN, que buscan encontrar vida alienígena en la fría superficie de Marte, propuesta tan insólita y audaz que ha debido asombrar a los mismísimos Isaac Asimov y Arthur Clarke.

En el ámbito cultural hispanoamericano no podemos menos  que quedar maravillados y atónitos ante el portentoso avance de la ciencia natural en el orbe anglosajón, blanco y protestante. ¿Qué hacer ante tan descomunal y fabulosa osadía del espíritu humano? Es una pregunta que de modo recurrente y hasta desesperada debemos hacernos los hablantes  de la cultura en lengua castellana y, en consecuencia, darle una respuesta eficaz y a corto plazo.

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