Llegamos a este mundo, mediante el padre, riendo en un ataúd,
y nos recibe, con mucho sentimiento, llorando una multitud.
Desde niños, el sistema nos enseña a ser diferentes,
y los mayores nos prestan atención, porque nuestras ideas son más inteligentes.
En clases tenemos una materia llamada «Sueños»,
y la religión nos dice que de nuestra vida somos los dueños.
La familia nos enseña que el tiempo es muestro mayor tesoro,
y todos nos damos cuenta que el amor vale más que el oro.
En «la ley del embudo», el pueblo es el más beneficiado,
y ya no damos limosnas, porque en la calle no hay necesitados.
El poseer dinero no define el estatus de las personas,
y se considera rico a quien a alimenta a sus neuronas.
La mayor política es la educación, el trabajo y la equidad,
y la única religión es el amor, la paz y la unidad.
En la sociedad no existe «la ley del más fuerte»,
y en nuestro léxico, a la palabra «corrupción» se le dio muerte.
La delincuencia, la pobreza y los asesinatos sólo son vistos en películas de ficción,
y en la calle se puede caminar de noche sin ninguna restricción.
Como jóvenes nos sobras las oportunidades económicas y sociales,
y en la adultez tenemos la facilidad de satisfacer nuestras necesidades.
Llegamos a la vejez haciendo valer la edad dorada,
y tenemos la tranquilidad de que no nos faltará ayuda, medicina, comida ni nada.
Hasta que surge el momento que esperamos con ansias todos los días,
y podemos volver al padre, mientras que todos comparten nuestra inmensa alegría.
José Enrique Arévalo
@interkike7