La semilla de evangelización que sembró fray Agustín de Villabáñez en Santa Rosa aún permanece viva en los corazones de aproximadamente seis mil personas que actualmente habitan en este pueblo que, hace 400 años, era indómito y rebelde porque estaba conformado por indios gayones quienes lucharon sin descanso, por una mejor condición de vida y un espacio para cohabitar.
Los artesanos y los pobladores al referirse a la fundación de su terruño destacan que estuvo marcada por luchas y grandes desigualdades.
Oscar Arena, oriundo y estudioso del proceso histórico y popular de Santa Rosa, recordó que fue en 1671 cuando se registró el nacimiento de esta comunidad, la cual bautizaron con el nombre de Santo Tomás de la Galera.
El fraile logró agrupar a 138 familias para asentarlas en las fértiles tierras a orillas del río Auro. Dos años más tarde el religioso capuchino solicitó la reubicación del asentamiento hacia la parte este de Nueva Segovia de Barquisimeto, lugar donde quedó ubicado por siempre el pueblo Santa Rosa de los Cerritos.
El cambio de nombre de la localidad se produce en 1672, cuando llegó a Venezuela el nuevo obispo, doctor Antonio González de Acuña, quien postuló ante el Papa la canonización de Santa Rosa de Lima, religiosa con ascendencia dominicana y peruana, que había alcanzado la canonización en 1671.
Como Villabáñez conocía la fuerte veneración que le inspiraba la Virgen inca al obispo, consideró apropiado colocarle el mismo nombre.
En 1673, el religioso obtuvo del nuevo obispo el consentimiento para reubicar la comunidad en un sitio cercano a la actual capital del estado Lara, con el nuevo
nombre.
Arena, quien manifiesta ser devoto y fiel creyente de la Divina Pastora, dijo que los primeros pobladores se dedicaban a la siembra de tomates, cambur y otros alimentos, que eran cosechados con esfuerzo para el sustento de las familias asentadas en el lugar.