El fin del siglo XX y del milenio nos han hecho singularmente sensibles a las características culturales del ambiente en el que debemos predicar el mensaje de
Jesucristo “Salvador del mundo, el mismo ayer, hoy y siempre”.
Si bien el mensaje del Evangelio deberá ser siempre fiel a su contenido esencial, es indudable que requiere siempre que se establezca un diálogo entre Dios y el hombre concreto que recibe este mensaje, donde una respuesta de fe, desde su interior para poder hacer una opción, teniendo presente que está sujeto a los condicionamientos propios del momento y del lugar en que vive.
¿Cómo hablar de Dios, en un mundo en el que está presente un proceso creciente de secularización? Se puede añadir ¿cómo anunciar a Cristo y su Evangelio en una sociedad neo-individualista, tecnológica y permisiva?
La primera respuesta que debemos dar, es que hoy como ayer, al cristiano se le pide un acercamiento al contexto cultural que le corresponde vivir, con una actitud de discernimiento hecho de sabiduría y prudencia (cita).
Ni la aceptación ingenua y deslumbrada donde la cultura moderna, por ser moderna; ni la condena global, desesperanzada y anacrónica. El cristiano debe ser capaz de reconocer el plan de Dios en toda su expresión verdaderamente humana. Las características de la cultura actual, que algunos llaman posmoderna, presentan indudablemente muchas ambigüedades.
Es según el Sínodo de Santo Domingo: “El resultado del fracaso de la pretensión reduccionalista de la razón humana que lleva al hombre a cuestionar algunos logros de la modernidad, como la confianza en el progreso indefinido, aunque reconozca, como lo hace también la Iglesia, sus valores” (Santo Domingo 252). Sin embargo, en el esfuerzo por rescatar los elementos positivos de esta orientación cultural, podemos descubir y valorar el entusiasmo con el cual la posmodernidad se va empeñando en la vivencia del sentimiento y de la experiencia religiosa.
Se trata de valores, que colocados en su justa dimensión, pueden y deben ser integrados en la totalidad del desarrollo humano y religioso; harán a cada hombre y a cada mujer de hoy, más sensibles a la dimensión de la justa, del gozo y de la experiencia de Dios. Bajo este marco cultural encuentran grandes posibilidades la experiencia típica de la religiosidad popular.
Entre sus características está el carácter festivo, sus manifestaciones emotivas y artísticas, que proporcionan al pueblo razones desde el corazón para vivir sus alegrías y sus tristezas dirigidas hacia lo trascendental, pero con una fe que está en proceso de maduración o purificación de la fe del creyente, que se desvía por otros caminos como la superstición, la magia, el fatalismo, el fetichismo y el simbolismo.
Para los sociólogos de la religión las características de la religiosidad popular serían las manifestaciones de la religión de la pobreza: búsqueda mítica de seguridades e imagen de Dios y de la religión, reemplazo de la responsabilidad humana por el recurso fácil a la religión y a otras formas de alineación. No es aceptable la afirmación genérica que adjunta subdesarrollo económico y cultural, con inmadurez en la fe, los ejemplos históricos que contradicen esta afirmación son abundantes, pero si es verdad que frecuentemente la inmadurez humana conduce a formas de una fe “infantil”, limitada a la exterioridad o a un intimismo sin compromisos éticos ni sociales.
En nuestro continente latinoamericano las situaciones de marginación y sus negativas consecuencias antropológicas repercuten también en la fisonomía religiosa de nuestros pueblos.
¿Cuál es el Cristo en el que cree nuestra gente? y ¿Cuál es el Cristo que refleja
la manifestación sencilla de la fe del pueblo?
Las respuestas a estas interrogantes, no es por curiosidad académica, es más bien un cuestionamiento central, porque es cierto que la cristología determina la Eclesiología y lo que de ella se desprende, como la práctica pastoral y la fisonomía espiritual. La concepción teológica que nos hacemos de la Iglesia, tiene su referencia a Cristo, del cual la Iglesia es su cuerpo místico, su prolongación en la historia y la responsablede la realización de su tarea.
“La Evangelización”, aunque se ha dicho que “nuestros pueblos latinoamericanos están bien en el Credo y andan mal en los Mandamientos”. Es decir que no hay problemas doctrinales, que nuestras diferencias se manifiestan en el campo de la moral, donde se descubre una dicotomía entre la fe que se profesa y la vida que se vive. Como párroco de este Santuario, donde se venera la Imagen de la Divina Pastora, podemos afirmar que en la diversidad de Santuarios consagrados a adorar a Dios y venerar a la Santísima Virgen María, así como la multiplicidad de fiestas con las que el pueblo celebra los diferentes misterios de la Vida del Señor, nos está señalando que ciertamente el catolicismo popular tiene su Cristología; que la fe de nuestros pueblos es respuesta al mensaje evangélico que Jesús nos ofrece.
La fe popular conduce a Cristo y contiene un alto sentido de salvación y de liberación y que la fe cuestiona y madura lleva al hombre a desarrollarse hasta su plenitud en Cristo; esto, traducido en criterios pastorales, significa que sólo la atención integral a la persona nos permitirá llegar a una madurez religiosa que se traduzca en creencias con respuestas éticas coherentes en lo comunitario y en lo social.