El 14 de enero de 1928 aparece la primera fotografía de la Virgen en el Decano de la Prensa Nacional. En ella se señala: “EL IMPULSO se descubre con devoción ante la Divina Pastora de las Almas, y puede augurar, con la seguridad de la fe, que en este año, como siempre, será fecunda en bienes espirituales para Barquisimeto, su dulce visita anual, que es para la urbe del Turbio como una bendición del cielo”.
Sus páginas reseñaron la impresión del peregrino que contempla por primera vez la imagen de la Divina Pastora. “La milagrosa Imagen de la Divina Pastora de Santa Rosa es de madera y representa a la Virgen en traje de pastora, sentada sobre un hermoso solio dorado. Viste la Imagen una túnica hermosa, ya para esta fecha la Virgen posee varias y ricas túnicas con sus respectivos mantos y velos, agasajos de sus devotos, que lleva en sus diversas festividades anuales, y manto pluvial que, unido por delante del cuello, desciende por detrás cubriendo completamente el respaldo del solio donde está sentada.
La cabeza, ligeramente inclinada hacia la izquierda, los ojos son de mirar humilde y compasivo; los cabellos naturales y caen con simétrica armonía sobre los hombros.
Un sombrero de paja, adornado con sencillos atavíos; en algunos festejos esplende un rico y pesado sombrero de plata maciza, que a la vista semeja a los que ordinariamente se usaban en la época, cubre su augusta cabeza, y un finísimo tul blanco baja a ambos lados, velando las espaldas, el manto y los brazos.
La mano derecha afirmada sobre el brazo del sillón, sostiene en sus reales dedos un emblemático cayado de plata que simboliza el maternal cuidado con que, como
Pastora del rebaño de Cristo, vigila sus ovejas místicas que son las almas. Sentado sobre sus rodillas y descansando en su maternal regazo, suavemente sostenido por la mano izquierda, está el niño Jesús. En los dedos de la derecha ostenta algunos exvotos, que el pueblo llama Milagros, por recordar favores extraordinarios, alcanzados de Dios por mediación de la Virgen María. Siendo las glorias de la Madre el honor del Hijo, el Niño parece complacerse en ostentar estos modestos trofeos de las victorias que su Purísima Madre obtiene sin cesar sobre los enemigos de nuestra raza dolorida”.
Los editores de EL IMPULSO publicaron el 14 de enero de 1932 un interesante recuento tomado del vocero local Comentarios y publicado por primera vez en el periódico El Legítimo en 1903.
“Tres años más y hará medio siglo que vino por primera vez la Divina Pastora a Barquisimeto, donde fue recibida en procesión, fue encontrada por Jesús Nazareno y conducida solemnemente al templo recién colocado de la Concepción; la Catedral no existía todavía. La concurrencia de esa vez no parecía de personas vivas, sino de ánimas que habían salido de sus tumbas milagrosamente; seres que estuvieron como en capilla preparados para recibir la muerte y que la Virgen los salvó lanzando al monstruo que diezmaba la población lejos, que todavía no ha vuelto ni volverá, porque la ciudad agradecida no cesa de rendirle fervoroso culto y de rogarle se apiade de nuestras desgracias.
Al cólera morbos, asiático como es, invadió por el Este el continente suramericano y en alas del viento volaba recorriendo las poblaciones y dejado a su paso una huella de cadáveres. La ciudad de Barquisimeto se alarmó naturalmente y a la cabeza sus sacerdotes, muy creyentes y virtuosos, clamaban penitencia para aplacar la cólera divina. En todos los pueblos y caseríos se levantó al oriente el estandarte de la Cruz.
La Cruz Salvadora que está en Tierritablanca de esta ciudad data de esa fecha; su colocación fue suntuosa y el acto corre descrito en un cuaderno por el Dr. Pablo Acosta, predicó el Pbro. Mtro. José Macario Yépez, hubo hasta palcos y la ceremonia revistió un carácter eminentemente religioso.
En casi todos los techos de las casas se fijaron cruces y en los zaguanes efigies de Nazareno, de la Virgen o de algún santo reputado por milagroso.
Uno o dos meses antes de la aparición del cólera se hacía todo estoque referimos. Próximo ya el desgraciado momento, el gobierno procedió a tomar medidas de acuerdo con los médicos y juntas de sanidad organizadas al efecto.
Era gobernador de la Provincia el señor Zabulón Valverde y jefe político de este cantón capital el señor Dr. Manuel Francisco Samuel. Se imprimió en hoja suelta el método curativo; se creó un botiquín, cuyas medicinas eran gragea; se dividió la ciudad en cuarteles y cada cual a cargo de una junta de practicantes que administraba los remedios a los enfermos.
El jefe político había dictado por su parte todo lo relativo a higiene pública, abasto para los menesterosos y lo terrible, y más terrible de todo, las cuadrillas ambulantes para recoger los muertos y llevarlos inmediatamente a enterrarlos lejos, muy lejos, en donde ya se habían abierto zanjas, que estaban esperando hambrientos su aliento de cadáveres, y en donde todavía se ostentan túmulos de los que fueron víctimas con herederos pudientes.
A fines de noviembre de 1855 y a principios del siguiente mes de diciembre, se presentaron algunas casas dudosas, bien porque en verdad no fuesen o porque la moral médica lo aconsejaba, puesto que el miedo, dicen, es tristemente eficaz en estos casos.
Así las cosas, el 28 de diciembre en la tarde de pronto se oye en la ciudad, como una campana horrible, la noticia de la muerte fulminante en la persona de un hombre encargado de un establecimiento mercantil de víveres de esta ciudad;
Julián se llamaba, no recordamos el apellido.
Desde ese día 28 de diciembre hasta el 14 de enero siguiente el número de cadáveres osciló de 30 a 70 diarios, cifra que para una población pequeña como
Barquisimeto, que le era más entonces, es exorbitante.
Hubo casos muy extraños, uno de los de la cuadrilla, llamado Mauricio, cargó un muerto y no regresó. Lo sorprendió la muerte en el camposanto y cayó en la zanja
como las demás víctimas del cólera. Hubo cadáveres que se movían, como una continuación de los calambres que padecieron cuando vivos.
Y vimos una desposada, que el mismo día de su boda los azahares de su inocencia cubrieron la faz llorosa con el negro crespón de la viudez.
Cada 14 de enero la Divina Pastora visitaba la ciudad de Barquisimeto; la iglesia San Francisco de Asís, antigua Catedral, y el templo de la Inmaculada Concepción se ocupaban de recibirla; las vetustas y sonoras campanas de Altagracia daban voz de alerta de la llegada de la Madre. Por toda la ciudad corría al punto como un canto de gloria: La Divina Pastora está entre nosotros, con el espíritu vibrante de intenso fervor, con la oración más pura de las oraciones – Salve María – tributamos nuestra bienvenida a la augusta Madre del Amor Hermoso”.