#DivinaPastoraIMP | Barquisimeto, capital espiritual y de la esperanza

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Es una certeza profunda que, además del proverbial encanto de la hermosa capital larense, su envidiable ubicación geográfica, su dinamismo cada vez más creciente, la simpatía acogedora de su gente, su preeminencia musical y muchas cosas más, esta ciudad constituye un ámbito privilegiado para la convivencia, la alegría y la esperanza.

Y esta convicción está radicada, fundamentalmente, en que Barquisimeto es una comunidad donde la fe cristiana ha arraigado de manera muy honda. Expresión privilegiada de esta fe es, todos lo sabemos, su devoción a la Divina Pastora.

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Dentro de la multiplicidad y riqueza de las expresiones que la catolicidad ha alcanzado en nuestro país, se dice que Barquisimeto es una ciudad donde se van gestando expresiones de la fe que, al mismo tiempo que se alimentan de la religiosidad sencilla y profunda del pueblo, van logrando perfilarse como nutridas por una gran claridad de principios, una profundización en motivaciones bíblicas y teológicas y frutos pastorales de honda significación.

Gozando de un episcopado vivido desde la sencillez y la cercanía, junto a un presbiterio generoso y unido, pasando por la Escuela de Teología para laicos y la Escuela de Espiritualidad Teresiana, la rica y significativa presencia de la vida Rreligiosa, la inserción de numerosas comunidades religiosas y laicales en los medios más pobres, la proliferación de grupos de oración y reflexión, de los apostolados más variados, de obras asistenciales innumerables sostenidas por la generosidad de gobernantes, empresas y personas privadas, la apertura y disponibilidad para la celebración de eventos religiosos de todo tipo, hacen de Barquisimeto una ciudad para la esperanza.

Aporta claridad y fortaleza en la fe

En nuestro país, como en toda la América Latina, hay tal invasión de elementos contaminantes, de factores sincretistas que contaminan la pureza de la fe, que sólo una vivencia personal y comunitaria de unos contenidos claros y precisos nos harán salir airosos de semejante confusión.

Las sectas de origen oriental que ofrecen experiencias inmediatistas de lo divino, los espiritismos y las supersticiones, las religiosidades cósmicas, mentalistas o energéticas, las ofertas fáciles de milagros a la carta, constituyen una mezcla de tal magnitud, que sólo desde el retorno a las fuentes de la inspiración bíblica, de la sana doctrina de la Iglesia y de la lucidez de la razón iluminada por la fe, se logrará purificar y profundizar el cauce de una religiosidad fundamentada en las fuentes de la Revelación, y se llegará a constituir la alternativa espiritual que ilumine los caminos de la gente.

En una época en que el espíritu y la mente humanas tienen tantas ofertas y los pseudo maestros proliferan por doquier, la vuelta sencilla a las enseñanzas de Jesús de Nazareth, hechas contenidos de fe y amor, son el camino más llano para fortalecer e iluminar la aventura humana. Y en nuestra ciudad existen cauces para fortalecer esta experiencia.

La fe entre nosotros

Pero ocurre al mismo tiempo que la fe no es sólo, ni primordialmente, un conjunto de verdades a aceptar. La fe cristiana es una praxis del amor iluminada por las certezas del espíritu y la razón. “La fe sin obras es muerta” dice la Escritura, y el test de la persona o de la comunidad creyente es el ejercicio concreto del amor.

En otras palabras, o la fe es liberadora de las personas y de los grupos humanos, compromiso concreto por el otro, o no es auténtica. Y Barquisimeto, su gente, parece como dotada naturalmente para el ejercicio de la experiencia comunitaria expresada en el amor. Quien haya intentado pulsar el corazón del pueblo larense y se haya lanzado a la aventura del servicio al hermano, encontrará siempre en él una especial capacidad de donación, de dinamismo contagioso, de capacidad innata y operativa para lo comunitario, de creatividad y entrega para la concreción del gesto solidario.

Pocas comunidades como la barquisimetana para esto. Precisamente, y en una hora menguada como la actual para la humanidad, hora de grandes crisis y grandes decisiones, hora de incertidumbres y dolores, es la esperanza humana el valor más maltratado. Cierto que podemos refugiarnos en la fe y hacer de nuestras certezas motivos para seguir viviendo, cierto que la generosidad en el don al otro por amor siempre será estímulo y aporte inapreciables, pero si ambas no desembocan en la esperanza, inútil sería nuestro esfuerzo.

Un hombre, una mujer, un pueblo, un país sin esperanza, un mundo sin horizontes, es un sin sentido. La esperanza es el norte que nos invita a seguir luchando, sabiendo que el remar mar adentro nos conducirá a puerto seguro.

El hombre y la mujer que esperan, el pueblo que espera, hacen de su fe y de su amor un canto a la vida, a la alegría, al gozo de luchar y de crear. Se trata de algo mucho más decisivo que el simple optimismo o que la mera previsión de futuro.

Quien espera desde la hondura de la fe y la vena inagotable del amor se convierte en paradigma incuestionable para todo hombre o mujer, para todo pueblo que busca caminos.

Por eso, nos encanta decir y reafirmar que Barquisimeto es una ciudad para la esperanza. En esta tierra buena y noble se puede amar y se puede creer. Y como fruto de su amor y de su fe, se pueden soñar otros rumbos.

El 14 de enero, cuando en Barquisimeto el pueblo larense camina detrás de la Señora Divina Pastora, sin distinción de clases sociales, de edad o de color, cuando todos los estratos del conglomerado social se hacen uno para expresar su fe y su cariño a la madre del Señor, cuando la alegría y la ternura se hacen colectivas, la ciudad entera se convierte en testimonio de futuro. Y al sumarnos a la alegría y la piedad de la ciudad entera, pedimos con ella al Espíritu que transfigure su experiencia hasta la radicalidad de la fe, del amor y de la esperanza.

La mística cristiana, en pocas palabras, se reduce al creer, al amar y al esperar, en lo íntimo y secreto del corazón y la conciencia de cada uno y en el quehacer colectivo hecho gestión de solidaridad y de justicia, de progreso integral y de paz para todos. Y auguramos que esta ciudad bendecida por Dios, que este querido pueblo larense sea gestor, desde estas humildes y certeras convicciones, de caminos de espiritualidad para el país y para la Iglesia.

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