La fiesta de los Tres Reyes Magos es muy popular, por lo pintoresco y atractivo de esta historia que nos narra el Evangelio (Mt 2, 1-12).
La visita de los Reyes Magos ya había sido anunciada por el Profeta Isaías: “Te inundará una multitud de camellos y dromedarios, procedentes de Madián y de Efá. Vendrán todos los de Sabá trayendo incienso y oro y proclamando las alabanzas del Señor”. (Is 60, 1-6)
Estos tres reyes astrónomos –que no astrólogos- habían recibido una inspiración de Dios que los impulsaba a buscar a ese “Rey” que era mucho más que ellos, ya que Su Reino no era como los reinos de la tierra. Y la Estrella del Señor los guiaba.
A estos tres personajes conocemos como Melchor, Gaspar y Baltazar. No aparecen sus nombres en la Biblia, pero se conocen por documentos históricos, entre éstos, un manuscrito en griego escrito por allá en el año 500 en Alejandría. Sabemos además que Baltazar era considerado como rey de Arabia, Melchor como rey de Persia y Gaspar como rey de la India.
¿Y se sabe algo más de ellos después de su visita al Rey de Reyes? Pues nada menos que sus restos reposan en la Catedral de Colonia. Allí, en esa impresionante Iglesia gótica de Alemania, están también sus coronas. Quiere decir que no es un cuento, ni es un mito, sino que es historia.
Como buscan a un Rey, los Reyes Magos lógicamente van a Jerusalén, la capital. Y allí nadie sabe nada. Pero el que gobernaba a los judíos, llamado “rey” Herodes, consulta a los conocedores de las escrituras sagradas, y éstos informan que el Rey de los Judíos debía nacer en Belén.
Herodes, como todo el que quiere perpetuarse en el poder, se alarma y actúa agresiva e injustamente. Es que el rey es él y no puede haber otro que venga a sustituirlo. Por eso manda a matar a todos los niños que pudieran ser ese Rey a quien él teme. Es la terrorífica matanza de los Santos Inocentes. Pero a Jesús no lo alcanza, porque San José recibe instrucciones divinas de escapar a Egipto con la Madre y el Niño.
Ahora bien, lo triste de este relato es que pareciera que nadie en Jerusalén -que queda a sólo 9 kilómetros de Belén- se molestó o siquiera se interesó en ir a buscar a este “Rey de Reyes”.
Pero los Reyes Magos finalmente sí lo encontraron. Y “entraron en la casa y vieron al Niño con María, su Madre, y postrándose, lo adoraron.” (Mt. 2,10-11). Es decir, al llegar ante la presencia del Rey de Reyes, caen postrados ante ese Rey Niño que es Dios. Por eso caen y lo adoran.
No vamos a ser como los desinteresados que ni siquiera fueron a verlo, ¿no? Mejor imitar a los Reyes Magos que buscaron a Jesús para adorarlo.
Pero… ¿Cómo adorar a Dios?
Isabel Vidal de Tenreiro
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