La palabra “vacaciones” no la inventó un freelancer. Viene del latín vacans. Significa “estar libre” o “desocupado” (condición inexistente en un emprendedor). Cuando un independiente está de vacaciones y ve a gente trabajando a su alrededor, le da sentimiento de culpa por no estar produciendo. Si además se va de vacaciones con la familia, menos se siente libre. La vida de un independiente es trabajar rodeado de familia. Por eso no es de extrañar que en vacaciones se le pase por la cabeza buscar un trabajito fijo en una tienda, como para cambiar de ambiente.
Cuando un emprendedor sale de vacaciones, ocurre dentro de él un extraño fenómeno. El cerebro se le parte en dos. Una mitad sigue pensando en trabajo. La otra mitad también trabaja, pero obligando al cerebro a no pensar en trabajo. Ésta es la mitad que más se esfuerza. Es como cuando una monja ve a un hombre demasiado guapo y se obliga a no tener pensamientos impuros.
Como el cerebro del independiente no se desconecta del trabajo, al momento de conocer gente en sus vacaciones no se presenta diciendo simplemente “Carlos, mucho gusto”. Como cualquiera puede ser un potencial cliente, siempre dice “Mucho gusto, Carlos Ramírez, coach y fisioterapeuta”. Y posteriormente busca llevar toda la conversación hacia su terreno de acción profesional, a ver si cierra una venta y se anota un nuevo cliente.
De hecho, el tema de la marca personal lo tiene muy tatuado en su cerebro. En vacaciones no se emborracha ni que le regalen el licor, no vomita en la vía pública y tampoco se quita la camisa en una fiesta. Su personal branding podría verse manchado, convirtiéndose en un meme viralizado en redes sociales. Su emprendimiento domina a tal punto las vacaciones, que en todo pago realizado recoge la factura para meterla en el balance de su empresa y así deducir impuestos.
Irónicamente, lo único capaz de desconectar al freelancer de su trabajo es mantenerse conectado al celular. En las vacaciones, su celular es como su amante. Su pareja no lo puede ver, lo odia, espía a ver si está presente, pero si llega a descubrirlo en medio de la visita a un parque, se prende el rollo.
Sin embargo, y contra toda adversidad, este emprendedor debe tener el celular guardado en un bolsillo, pues el cerebro no deja de traicionarle escupiéndole “ideas geniales” para el trabajo. Y remata la tortura repitiéndonos la frase “Anota la idea o se te va a olvidar”. En ese momento, el emprendedor acude a su plan maestro: fingir un malestar estomacal para ir al baño a trabajar en el celular. Es allí donde logra la mayor proeza del mundo moderno. Comprime ocho horas de trabajo en veinte minutos de sentada digital.
Sale del baño (doblemente aliviado). Ya se asume libre para entregarse al disfrute de las vacaciones en familia, pero en ese momento su celular suena para anunciarle que ha llegado un mensaje de whatsapp. Entra en crisis. Al freelancer le pican los dedos por ver el celular. Podría estar en juego otra hora de sus vacaciones. Entonces entra en duelo (con cada una de sus etapas incluidas).
NEGACIÓN: “¡No veré el celular! ¡Estoy de vacaciones!”
IRA: “¿¿¿Pero quién escribe tanto, Dios???… ¿¿¿No lee en mi estado que estoy de vacaciones???”
NEGOCIACIÓN: “¿Y si es un cliente?… Ok, lo voy a ver rapidito. Los tiempos están difíciles y no puedo despreciar trabajo. Le digo que lo atiendo en dos semanas”.
DEPRESIÓN: “¡En efecto es un cliente!… ¡Y tiene una emergencia!… ¿¿¿Dónde carajos está mi socio, que no aparece???… ¡Voy a tener que atenderlo yo!… ¡Dos horas menos de mis vacaciones!”
ACEPTACIÓN: “Amor, lo que me comí como que estaba podrido. ¡Tengo que ir al baño otra vez!”.
Finalmente sale del baño con todo resuelto. Ahora sí: su cerebro logró apagarse. Ya está listo para disfrutar de las vacaciones como Dios manda. Lamentablemente hay una mala noticia. Mañana se acaban las vacaciones y debe volver a casa.
Reuben Morales