Estoy frente a frente con una realidad perturbable y difícil de desmenuzar. Cómo se puede mantener una sonrisa inmutable, chocando a diario con un campo minado de angustias. Siempre será de valientes el plantarle cara a la controversia. Pero es más complicado el hacerlo, esbozando una tranquilidad memorable y discreta, ante esta locura complicada en que se ha vuelto nuestro mundo.
De ahí depende los peliagudos conceptos de la fe. Creer sin bajar los brazos. Estar seguro de la bonanza del alma, mientras caen desmayados los presupuestos del hogar y toca a la puerta alguna noticia aciaga y dolorosa. Pero de la calma de nuestros ánimos diversos depende los resultados próximos de la vida. Se llama confianza entera en Dios, aunque las malas noticias trituren el techo de nuestra paz.
Es más probable que las pruebas difíciles de la existencia han sido más recurrentes que las propias faltas gramaticales. Que las dudas se han inmiscuido más de lo debido cuando no entendemos los hechos enrevesados y arduos para superarse. Pero estoy seguro de que los recuerdos armoniosos y solemnes son más continuos, que las fatalidades de esta vida rocambolesca.
He tenido accesos de risa incontables en mi existencia. Sería imposible enumerarlos, pues se mezclan con otras situaciones todavía mucho más agradables y gloriosas. Pero es muy probable que contabilicemos más los momentos espinosos, los golpes emocionales, las privaciones del amor y los sueños desnutridos. Todo lo malo parece resguardado en el almanaque viejo de las evocaciones.
Cómo mantener una voluntad inquebrantable y una fe férrea ante las adversidades. De dónde parte un optimismo sólido, convincente, real y decidido, si el mundo parece desplomarse por momentos. Precisamente, el secreto de esa fe notable es no dudar. Es estar alegre por compartir la felicidad del amor de nuestro Padre Eterno con los demás. Es saber con una convicción íntima, infranqueable e interminable, que todo estará bien por contar con un Dios protector.
No estamos abandonados a nuestra suerte. Esta etiqueta deleznable y poco juiciosa deviene del pesimismo. De por sí, resulta de la carencia de fe, la cual no cuenta con razonamiento científico. Los milagros no pueden explicarse con tomos abultados y suntuosos. Por eso algunos letrados tienden al ateísmo, porque se alejan casi adrede, de la majestuosidad de Dios. No creen en lo que no puede comprobarse y por eso no la experimentan.
No es tarea sencilla lograr esa sonrisa espléndida con los nubarrones roncándonos en los oídos. Le creemos más a la consternación, que a un abrazo oportuno o a una frase fraterna. Ansiamos tanto que nos receten la felicidad y nos digan con milimétrica precisión, qué debemos tomar para la prosperidad, que olvidamos que todos los suplementos alimenticios del corazón, proviene de nuestras oraciones sinceras al Señor.
Partamos que hemos recibido desde el instante de nuestro nacimiento, tantos obsequios decisivos y un sinfín de momentos placenteros, que la eternidad nos queda corta para agradecer por tantos privilegios.
Tenemos un compromiso con Dios para mantenernos felices. Tal vez no estemos en confortables situaciones o se nos pierda con dolor tremendo, algún familiar querido o un estilo de vida justo. Pero Dios siempre estará allí para devolvernos el aliento y seguir andando los caminos más sinuosos y arduos. Debemos creerlo intensamente.
La biblia está atiborrada de ejemplos diversos y peculiares de cómo mantenernos en la fe. Aunque caemos en el error de no prestarle crédito a los testimonios de nuestra propia vida, cuando el Señor nos resuelve alguna contrariedad y nos devuelve esa tranquilidad necesaria.
Hoy te invito a sonreír conmigo. A destapar el frasco de la nostalgia y a recordar el mapa amplio de tu vida valiosa. Dios siempre estará de nuestra parte, ansioso porque salgamos victoriosos en esta prueba de supervivencia. La fe está dentro de ti. Debes hacerla tuya y nunca dudar. Ese es el secreto de una felicidad que nadie ni nada podrá quitarte y que podrás compartir con los demás.