Espero que la mayoría de los venezolanos, dentro y fuera del país en crisis, hayamos amanecidos ayer, día de Navidad, cuando todos los cristianos celebramos en alegría la Encarnación del Hijo de Dios, con un poco más de esperanza en el futuro, sin ese sentimiento tan negativo de que todo se acabó, de que Venezuela ya no levantará cabeza. Es decir, resignados a vivir bajo esta dictadura que nos aplasta en nuestro suelo y, a los que están lejos, los llena de una nostalgia inútil.
Resignación es una palabra de los derrotados. Su primera definición en Wikipedia dice: Aceptación con paciencia y conformidad de una adversidad o de cualquier estado o situación perjudicial. Una gran virtud la paciencia, es la de santos y de constructores trascendentes de obras para la humanidad, para el progreso y la civilización, pero la conformidad… la pongo en entredicho. Si la vamos a llamar virtud, es la de los apocados, cobardes, abúlicos y conformistas. ¿A dónde nos han llevado éstos? A aceptar lo inaceptable, a renunciar a la pelea por los ideales nobles, a dejar en manos de los contrarios –tal vez enemigos– el campo de nuestras acciones legítimas para lograr una sociedad justa.
No creo que san Esteban, cuya fiesta celebramos hoy 26 de diciembre, tradicionalmente
llamado el protomártir porque fue el primero en entregar su vida por Cristo, haya sido un resignado o un conformista, paciente sí. Iniciándose la Iglesia, en Jerusalén, fue nombrado diácono, junto a otros 6,para ayudar a lo apóstoles en la atención y servicio de los fieles, sin esta ayuda, no podían dedicarse a la predicación de la palabra, que era lo suyo. Esteban era hombre versado en las Sagradas Escrituras y con éstas demostró que lo judíos de su tiempo no reconocían al Espíritu Santo ni al Mesías, que estaban perfectamente señalados en éstas. Entonces fue acusado de blasfemar contra Moisés y Yahvé, por lo que fue lapidado en las afueras de la ciudad, como Jesús, cuyo martirio se perpetró fuera de las murallas y también como él, murió pidiendo perdón a Dios por sus victimarios. Entre éstos, se encargaba de cuidar la ropa de los lapidarios el joven Saulo y recibió sin duda las inmensas gracias obtenidas por la oración de Esteban: se convirtió más tarde en el gran Pablo de Tarso.
El protomártir sufrió con paciencia, no es fácil morir lentamente a pedradas sin estremecerse, sin alaridos de rebelión y protesta, en cambio él oraba serenamente por sus enemigos, con santa resignación para aceptar los designios de Dios, sí, pero no para renunciar a su fe y entregarse mansamente. Al contrario, moría por ella, defendiéndola, proclamándola a través de ese largo discurso sobre la historia de Israel con que antes de morir ilustró a los presentes, demostrando la verdad y, muchos, impresionados, vieron en su rostro destellos de ángel. Cayó de rodillas ya para morir. ¿Su inmolación fue voluntaria? No, lo inmolaron.
Estoy en contra de esas inmolaciones voluntarias y de las huelgas de hambre que se practican para protestar por una situación de injusticia y persecución. Yo creo que primero es vivir para seguir luchando. En agosto de 1968, invadieron Checoeslovaquia las tropas soviéticas del Pacto de Varsovia y acabaron con la llamada Primavera de Praga, serie de reformas de liberación que había llevado adelante el gobierno de Alexander Dubcek. En enero de 1969, el joven de 21 años, Jan Palach, se convirtió en una pira humana en la plaza de Praga como protesta por estos tristes sucesos. En el verano de 1969 estaba yo en Boston y seguía un curso de inglés en Boston University. Había estudiantes de diversas partes del mundo, yo la única en edad madura. En la clase de conversación salió un día el tema de los famosos sucesos de mayo del año anterior y una muchacha checa sacó el caso de la inmolación, a principios de ese año 1969, de su joven compatriota. Todo el mundo demostró emoción y admiración por el trágico hecho y salió aquello de que más vale morir de pie que vivir de rodillas.
Todo el mundo menos yo. Con mi pésimo inglés expliqué que prefería vivir de rodillas porque sólo viva podía seguir luchando, entregarse a la muerte era entregar la esperanza, para mí Jan Palach se había equivocado, era una muerte vana, con su juventud y su vida hubiera podido continuar la lucha y alcanzar el triunfo. Por supuesto, causé un gran escándalo… pero no pudieron rebatirme. Venezolano, donde quiera que estés, ¡óyeme!