Difícil estar alegres en Venezuela. Nos llega la Navidad en medio de una gran incertidumbre y desesperanza dibujada en los rostros de todos. Muchos padres y abuelos, dolidos por tener a sus hijos y nietos fuera del país, añoran aquellas fiestas de la Venezuela que siempre conocimos.Nunca imaginé que los venezolanos llegaríamos a una situación como la actual. Sin embargo, las lecturas de la Misa del domingo pasado (Tercero de Adviento) me alentaron y me hicieron recobrar la esperanza cristiana y reflexionar: “Gritad jubilosos, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel, el Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos.”Así lo proclama el profeta Sofonías en la primera lectura, porque la alegría del cristiano está sembrada en la venida del Mesías. De ahí obtuve esperanza para continuar. Y es que rompe el corazón, por ejemplo, saber de miles de niños que el gobierno, arbitraria y perversamente, ha dejado sin sus padres en esta Navidad. El gobierno impide la ayuda de quienes promovieron la humanitaria idea de acercarlos niños a sus padres que hoy viven un oprobioso destierro. Al gobierno no le importan los efectos que en los pequeños tenga su decisión, por el contrario, disfruta de su maldad,desea que se divulgue por el mundo entero su malvada naturaleza. Si hay alguien a quien Dios castigará con dureza, será a quien haga sufrir a niños, enfermos y ancianos. La justicia divina llegará y castigará con rigora quienes conforman o han conformado este régimen.
Todos los países conocen la naturaleza antidemocrática e inhumana del gobierno venezolano, cada día está más aislado como dice el canciller colombiano, pero, reitero,al régimen venezolano no le importa,ríe de su perversidad, de su propia maldad. Así cree que aumenta el temor entre la gente, pero ese temor ya pasó y la mayoría está decidida a impedir la perpetuidad del régimen, quedó demostrado el domingo 9 de diciembre con la histórica abstención en las elecciones de concejales. En Venezuela continúa, además, la escasez de alimentos, medicinas, bienes de toda naturaleza y una hiperinflación insoportable que el gobiernodesea. La inseguridad es terrible y el régimen ni se inmuta, la promueve. Pareciera entonces no haber en Venezuela motivos de alegría en esta Navidad, todo luce triste y apagado, incierto, sin colores y sin esperanza, salvo la que viene de lo Alto. Así ha estado mi ánimo estos días previos a la Navidad, pero no es bueno, ni cristiano, permanecer en esa pesadumbre.
El domingo pasado, cuando ya vemos cerca la llegada del Niño Jesús, la segunda lectura de la Misa, la carta de San Pablo a los filipenses, revitalizó mi espíritu y encendió la esperanza de nuevo: “Alegraos siempre en el Señor, os lo repito alegraos. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca….”, en la cual el apóstol de las gentes invita a sus hermanos a “estar siempre alegres, oren sin cesar, den gracias en toda ocasión, puesto que esto es lo que Dios quiere de ustedes en Cristo Jesús.” Alegres, a pesar de todo, que nada ni nadie nos quite la alegría que viene de Dios y la Navidad renueve en los venezolanos la esperanza de un mejor porvenir labrado con sacrificio y dedicación. Con la alegría de la venida del Niño Jesús, me despido hasta el miércoles 9 de enero si Dios quiere. Feliz Navidad y Año Nuevo.