Hace sólo un año, el gobierno de Nicolás Maduro parecía estar cercado por cuestionamientos y exigencias de los sectores adversos, pero hoy la realidad es diferente ante una oposición desgastada y desarticulada que apenas es perceptible en Venezuela.
Las fuerzas políticas se han fragmentado y la población, agobiada por la crisis, concentra sus energías en la supervivencia más que en buscar una opción de cambio político que cada vez resulta más lejana. Ahora pareciera que la resistencia al poder es fugaz, casi como vapor.
A la pregunta de ¿cómo la oposición llegó a ese punto en tan corto plazo? La respuesta es simple: la desigualdad de fuerzas entre el gobierno y sus contrincantes.
Mientras la oposición intentó desde la Asamblea Nacional, su último bastión, impulsar a inicios de 2017 acciones de calle para tratar de consolidarse como una poderosa fuerza y trazar una salida electoral a la crisis, el gobierno echó mano de todas las instituciones que controla, incluyendo la fuerza armada y la policía, para cercar a los sectores adversos hasta desgastarlos y neutralizarlos.
Sin bien el fracaso de las protestas antigubernamentales, que dejaron profundas heridas con la muerte de más de un centenar de personas, representó para la oposición un duro revés, las fracturas internas que siguieron, la falta de recursos, las contradicciones y el agotamiento de las estrategias y de sus líderes fueron erosionándola progresivamente.
La debilidad de la oposición fue aprovechada por el gobierno –que emprendió procesos administrativos y legales contra algunas de las principales figuras de los partidos– y la situación forzó a algunos a abandonar el país y asilarse en embajadas, mientras que otros quedaron neutralizados tras ser apresados o inhabilitados para competir en elecciones.
Con algunos de sus líderes descabezados y golpeados también por la crisis económica, que obliga a muchos a dejar a un lado la militancia política para buscar como subsistir, las organizaciones opositoras han intentado reconectarse con los mayoritarios sectores descontentos, pero no han tenido éxito.
En ese fracaso ha influido el “desgaste muy fuerte” de los liderazgos y de los modos de acción política elegidos por la oposición, afirmó el politólogo Jorge Valladares, miembro del Instituto Internacional para la Democracia y Asistencia Electoral (IDEA Internacional).
Valladares, quien participó en una investigación sobre los partidos políticos venezolanos promovida por la Universidad Católica Andrés (UCAB), planteó que ese desgaste tiene ver con la desconfianza que hay entre los líderes y los movimientos sociales, y sostuvo que iniciativas como el llamado Frente Amplio, que agrupa a varias organizaciones sociales, puede ayudar a “neutralizar” algunas dinámicas negativas y crear incentivos para una mayor cooperación entre los sectores opositores.
Atemorizada por la fuerte represión de 2017 y decepcionada por la falta de resultados en favor de la sociedad civil, especialmente a la clase media no le quedó otra opción que dejar a un lado sus aspiraciones de cambio y concentrar sus energías en sobrevivir a los rigores de la escasez de bienes básicos, el deterioro de los servicios y el transporte, la recesión y la brutal hiperinflación.
Para otros, no hubo otra alternativa que migrar hacia Europa y otros países de la región desatando una de las mayores movilizaciones que se ha visto en el continente recientemente y se estima en unos 3,3 millones.
La desarticulación y debilitamiento de la oposición, la migración de casi un cuarto de la población, y el estado de postración por la crisis en la que se encuentran al menos nueve de cada diez venezolanos, según reveló un estudio de 2018 que realizaron las tres de las principales universidades del país, parecieran dejar el camino libre a Maduro para gobernar sin mayores presiones políticas el próximo año.
La posibilidad de que el mandatario se mantenga otros seis años no anima a muchos venezolanos como Carmen Mendoza, una empleada doméstica de 64 años que afirmó que luego de las pasadas elecciones municipales, en las que la abstención llegó a casi 73% en el país, «lo que se respira es pura desesperanza».
Sentada en una desolada parada de autobuses que tiene de fondo una pared en la que se lee «El Calvario» y muy cerca el grafiti «Viva Chávez», Mendoza admite, con ironía, que los dos escritos reúnen el pasado y presente del país.
«Un calvario es lo que estamos viviendo los venezolanos desde que ese señor (Hugo Chávez) llegó», expresó la doméstica al reconocer que ya no tiene esperanzas de que nada mejore, y afirmó que «solo la justicia divina nos puede salvar de esto. Necesitamos otra generación que cambie todo».
La acelerada profundización de la crisis económica y social ante una descontrolada hiperinflación que ya alcanzó los siete dígitos, la indetenible paralización del aparato productivo, el deterioro de las condiciones de pago y de ingresos del gobierno, hacen prever que la complicada situación de Venezuela no se resolverá en el corto y mediano plazo, sino por el contrario, se agravará.
Hasta la fecha, el presidente Maduro no ha mostrado señales de que sus políticas vayan a virar para abrir una esperanza de alguna mejora. Y, pese al escenario económico adverso, en el corto plazo tampoco se vislumbra que eso pueda convertirse en un elemento dinamizador de cambios políticos.
Aunque los partidos opositores y el Frente Amplio han asomado que el 10 de enero, fecha en la que se inicia el segundo período de seis años de Maduro tras su reelección de mayo, arrancará una nueva etapa de confrontación al declarar la ilegitimidad del gobernante izquierdista, hasta el momento no se observan señales claras de las acciones que seguirán y si lograrán la suficiente fortaleza para generar alguna presión.
La diputada y dirigente opositora Delsa Solórzano afirmó que uno de los puntos claves de la nueva etapa será la reunificación de las fuerzas para iniciar un proceso de recuperación. Agregó que ya existe un acuerdo entre los dirigentes para emprender un plan de acción que se dará a conocer al país a partir de la segunda semana de enero.