#OPINIÓN Singularidad cultural tocuyana #17Dic

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A la memoria de doña Ermila Troconis de Veracoechea.

El Tocuyo es una de las ciudades venezolanas de más orgullosa tradición y solera de la cultura hispánica. En el siglo genésico XVI, como capital de la Provincia de Venezuela, se convierte en la Ciudad Madre de Venezuela, pues desde allí partieron las expediciones  fundadoras de Barquisimeto, Carora y Caracas, se inicia la economía nacional con sus obrajes de indios y negros, donde se hila el famoso Lienzo Tocuyo, tejido que se exportará  a la Nueva Granada, Perú, islas del Caribe, Argentina,  Chile y Europa.

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Junto a Barquisimeto y Carora constituirá El Tocuyo lo que he llamado el “Triangulo de la cultura colonial católica y barroca”, lugar en donde al socaire de los siglos se ha creado un auténtico “genio de los  pueblos del semiárido” del occidente patrio. Tal es una categoría de análisis en construcción, creada por quien escribe, para comprender tan explosiva y asombrosa calidad de nuestra cultura larense, la que resalta con mayor propiedad en los géneros de la música y la literatura.

La cultura de habla castellana, católica y barroca tiene en esta añeja ciudad morandina su expresión en los conventos coloniales regentados por monjes franciscanos, las cátedras latinas, de gramática y retórica, el canto y la música barrocos, el colorido y frenético carnaval de extracción colonial que asombraría al mismo Mijail Bajtin, las nutridas cofradías y hermandades de la Iglesia Católica y el inigualable baile negroide, la suite de danzas más completa de Hispanoamérica, el tamunangue o sones de negro; el golpe tocuyano.

En ese portentoso escenario nacerán manifestaciones culturales asombrosamente originales: la Escuela Pictórica de El Tocuyo, la cual tenía relaciones con la de Quito, allí descollará el anónimo Pintor de El Tocuyo, a quien don Alfredo Boulton dedicara memorables ensayos; el filósofo escotista Dr. Tomás Valero Torrellas escribe en la lengua del Lacio en el siglo XVIII su obra en dos volúmenes Teología Expositiva. Epígono del pensamiento venezolano, se le ha llamado “Platón americano”. Es una obra que espera su  traducción al castellano  y su justa reedición.

Durante el azaroso siglo XIX destella un extraordinario pedagogo que funda el colegio particular de La Concordia: el bachiller Egidio Montesinos Canelón, un timido personaje que nunca salió de El Tocuyo. En este sorprendente instituto de secundaria cursarán su “trienio filosófico” de nuestra educación del siglo XIX dos luminarias del positivismo en Venezuela: el historiador y político  Dr. José Gil Fortoul, autor de Historia constitucional de Venezuela, el sabio, políglota y masón  Dr. Lisandro Alvarado, autor de Historia de la Guerra Federal en Venezuela, Glosario del bajo español en Venezuela,  así como el educador caroreño Dr. Ramón Pompilio Oropeza, fundador del Colegio La Esperanza o Federal Carora en 1890.

A comienzos del siglo  pasado se creará en esa conservadora y ultracatólica ciudad -qué paradoja tan fenomenal- el primer círculo de estudios marxistas de Venezuela: El Tonel de Diógenes, una repercusión en estas remotas tierras de la gran Revolución Bolchevique de 1917, obra de los jóvenes de aristócratas cunas José Pío Tamayo, Alcides y Hedilio Lozada, firmes opositores de la tiranía gomecista, quienes además fundan la inigualable revista La Quincena Literaria, la que aparecerá  entre 1925 y 1929.  Y como si fuera poco  allí destaca la figura estelarísima de nuestro “Baudelaire del semiárido larense”, el poeta Roberto Montesinos, autor, en 1925, de La Lámpara Enigmática, un poemario prologado por Lisandro Alvarado, que al decir del crítico literario Hermann Garmendia representa una luz honda, de extracción francesa, nutrida de alucinante sustancia poética, hace brusca irrupción proyectando una luz firme en el panorama de nuestra literatura nacional. Y también en “la ciudad de los lagos verdes” nacerá uno de los padres del relato fantástico en Latinoamérica, otro es Jorge Luis Borges: Julio Garmendia, autor de La tienda de muñecos, en 1927, La tuna de oro y del maravilloso cuento La manzanita criolla. Es un humorista singularísimo, proyectado a veces a lo fantástico, un maestro del doble sentido.

El semiárido larense es, pues, una de las regiones con mayor significación cultural de Venezuela. Tiene un ethos, un carácter y personalidad idiosincráticos que lo distinguen en el concierto de la cultura de habla castellana del país. “Es que en el Estado Lara, sostiene el sabio larense, profesor Francisco Tamayo, se ha ido engendrando una singular síntesis humana, el tipo venezolano por autonomasia, Lara es el crisol donde se polariza el mestizaje. En Lara nace lo nacional, lo venezolano.” Y El Tocuyo, como se habrá visto, tiene un estelarísimo significado en la constitución de este genio de los pueblos del semiárido.

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