El video recorrió las redes sociales como pólvora. Los gritos de auxilio, resonantes y confusos, saturaron el amplio pasillo de la elegante sede de la Unesco en París. Se observaba a un hombre arrastrado por funcionarios de seguridad, quien, ataviado de traje y corbata y con gestos desinflados, exteriorizaba una angustia irritante al ser expulsado del evento.
Aquellas imágenes atronadoras fueron plasmadas también en los medios internacionales. Anunciaban que se trataría del embajador de Venezuela ante la ONU, Samuel Moncada, queriendo irrumpir en la intervención del presidente de Colombia, Iván Duque, empujado por un espíritu inquebrantable y desbordado por la ira al saber que se hablaría de nuestro territorio desbastado.
Parecía un hecho casi esperado. El fallecimiento la semana pasada de Stan Lee, Lucho Gatica y Mario Suárez, todos nonagenarios y famosos, que ya habían dado más de la cuenta con sus talentos incuestionables en el momento de mayor plenitud y que tal vez, en unos años, pocos recordarán sus glorias, no sorprendió tanto como el ver al supuesto diplomático gimoteando como un infante, por no cumplir su capricho de arruinar una intervención presidencial.
¿Realmente era Moncada? Es que ya nadie se cree los cuentos viejos y gastados, de vacas voladoras y de luchas de paladín por los más necesitados por parte del régimen. Ya el planeta entero ha entendido casi por sorbos, que su verdadero cometido es ampliar su estadía en el poder y destripar lo funcional en un sistema.
Nadie acepta la perturbación y el engaño de malos modos. Esta vez se les está yendo de las manos sus estrategias de desorden y terminan siendo invitados indeseables en los centros de deliberaciones.
Asear el piso con sus pantalones no fue el mejor estilo para salir de ese espacio de conferencias trascendentales. Tampoco la mejor manera de llevar su mensaje desconsolador y taimado. Lo cierto es que logró darle la vuelta al mundo, ese video casi cómico de un hombre ataviado para una cena de gala, pero con los pucheros de un niño al ser forzado a abandonar el prestigioso recinto.
Lo cierto es que no era Moncada. Simplemente fue un sujeto colombiano que trató de ingresar de forma indebida, previo a la intervención en la reunión de Iván Duque. Lo asombroso es que gran parte de los usuarios de Twitter e Instagram lo creyeron de primera instancia y se tragaron el concepto de que tenía las intenciones en los bolsillos de arruinar el discurso del mandatario neogranadino.
Nuestro país está tan desprestigiado en lo referente a las normativas y las buenas costumbres diplomáticas, que llega hasta ser blanco de las habladurías y sus representantes capaces de decir hasta que un presidente puede oler a azufre.
Pero no era Moncada. Creo que nadie le ofrecerá sus disculpas sinceras por la confusión. Así como tampoco disminuirá el coraje y pavor que se le tiene. Aunque caímos en la cuenta de que la mirada compasiva e impávida sobre el acontecer venezolano cambió rotundamente. Seguramente Duque habló del país en su controvertida intervención. Que Venezuela vive días inciertos, tiene los designios extraviados y padece una necesidad implacable por volver a ser feliz. Que los emigrantes están apretujando los linderos fronterizos y recorren el tortuoso camino del exilio, empujados por la necesidad.
Todos los personeros del gobierno venezolano han creado una fama escandalosa, perturbadora y tan poco de fiar, que no se dudó que era Moncada en primer orden, pues se yergue el prestigio nítido de estar calificados para entregar sufrimiento sin importar si se llevan por delante a un pueblo entero.
Hoy, pese a las consideraciones de muchos, la comunidad internacional no está acodada en el balcón. Aunque nos atormente una sensación de aniquilamiento y el régimen venda elecciones con las mismas artimañas, el mundo en pleno sabe que es capaz de cualquier cosa por defender su permanencia en el poder, hasta de confundir a uno de sus representantes con otro arrastrado hasta la salida.