En la “Ciudad Madre de Venezuela”, El Tocuyo, se elaboraba ya desde el siglo XVI, año 1550, en talleres u obrajes textiles, el muy famoso Lienzo Tocuyo, tela burda, producto de alta calidad hecho de algodón, y a veces con lana de ovejas, que se exportaba muy lejos, pues iba a dar hasta el norte de la Argentina, Chile central y Perú, Riohacha, Tunja, en Nueva Grabada, Colombia, y las islas del Caribe, así como también a España y otros países europeos, nos refiere Ermila Troconis de Veracoechea. Con él se elaboraba ropa, camisas, mantas, paños, toallas, sábanas, forros de colchones, delanteras de cama, costales o sacos donde se empaquetaba el papelón. Fue una apreciable protoindustria algodonera situada en el estado Lara, Venezuela en tiempos coloniales, iniciada durante el mandato del Capitán General y Gobernador de la Provincia de Venezuela Juan Pérez de Tolosa, 1545-1547.
Estos obrajes tocuyanos, los más importantes del país durante los siglos XVI y XVII, resultaron de la confluencia de la habilidad de los aborígenes para con el algodón, planta americana, y los telares artesanales traídos por los españoles. Obrajes hubo en Quíbor, los Humocaros Alto y Bajo, Yacambú, Chabasquén. Los cristianos enseñaron a los indios a hilar algodón, una técnica hasta entonces desconocida en tierras americanas. Hubo obrajes muy grandes. La encomendera tocuyana Felipa de Mora, refiere el investigador chileno-venezolano Pedro Cunill Grau, tenía en 1653 en sus haciendas uno de ellos que ocupaba 250 aborígenes, en Humocaro más de 100 indios coyones, y en Quíbor más de 150 indígenas ayaguas, camagos y gayones.
El lienzo tocuyo ganó prestigio con gran rapidez. Llegó incluso a ser utilizado como moneda en época de escasez de efectivo en monedas de cobre con un valor de un peso por cada cinco varas, y animó las ferias dominicales en la plaza mayor de El Tocuyo colonial. Se empleó en las duras tareas mineras en los Andes americanos y jornaleros agrícolas y urbanos. Jugó de esta manera un papel análogo al de la mezclilla con la que se elaboraron los jeans en Estados Unidos en su incontenible avance hacia el Oeste. Incluso, su nombre indígena, Tocuyo, aparece en el Diccionario de la Lengua Española, 2010, página 1.272.
Este lienzo fue a dar a las ferias andinas y centros mineros de Suramérica a lomos de las muy fuertes mulas y burros tocuyanos, barquisimetanos y caroreños, los que tanto exaltó nuestro Mariano Picón Salas. Eran esas mismas mulas que se disputaban los jerarcas de la Iglesia Católica durante la Colonia, y que al despuntar el siglo XIX iban a ser el medio de transporte de los ejércitos libertadores que salieron de Venezuela bajo la conducción de Bolívar y Sucre.
Hay en esta bella historia de nuestra artesanía colonial un elemento clave a destacar: la religión. Recordemos que los cristianos pensaron en el siglo XV y XVI haber llegado al Paraíso Terrenal y que sus habitantes, los indios americanos, vivían en estado de naturaleza, casi desnudos, mostrando sus hermosos cuerpos cobrizos. Pero esa admiración inicial dio lugar al recato en el vestir luego de que en España se realiza el Concilio de Trento en el siglo XVI. Se obligaba desde entonces a los indios “cubrir sus desnudeces” para asistir a los actos religiosos y misas dominicales. De tal manera se forja una representación teatral absoluta entre los aborígenes americanos, dice el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría, al verse obligados a los indígenas vestir ropas europeas. Nuestra cultura es en ese sentido una teatralidad, pues se vieron obligados los aborígenes a asumir vestidos y conductas que no les pertenecían. Y allí tuvo el Lienzo Tocuyo un papel muy importante en este cambio psicológico en buena parte de Suramérica y las islas de Caribe.