Decimos que en Venezuela llevamos 20 años quejándonos de los males que sufrimos. Eso es verdad, aunque no lo es tanto, porque siempre nos hemos quejado de nuestros presuntos o reales males, particularmente de los males de nuestros gobiernos. Alguien dijo alguna vez que el venezolano tenía dos grandes deportes favoritos: el béisbol y el hablar mal del gobierno.
Desde que tengo uso de razón oí grandes conversaciones sobre lo mal que estaban las cosas. Recuerdo a mi abuela materna llorando por un hermano suyo preso en las cárceles de Pérez Jiménez. A mi abuelo paterno en 1958, gravemente enfermo de cáncer, lo detuvieron acá en Barquisimeto por estar “implicado” en uno de los golpes de estado que se intentaron contra el gobierno de Larrazábal en aquellos meses de la provisionalidad.
Nunca se dejó de hablar mal de nuestros gobiernos, ni de los presidentes, incluso de los más democráticos y tolerantes, que para mi gusto fueron Leoni, Caldera I y Luis Herrera Campíns. Por supuesto que ese deporte de hablar mal del gobierno ha crecido y se ha arraigado ahora con más fuerza y razón, durante los gobiernos de Chávez y Maduro. Durante esta última época los males han aflorado con toda una cruel maldad inigualable en la historia de Venezuela. Y ahora no son simples chismes, son dolorosa realidad.
Por estos días he leído y he visto graves, muy graves, hechos de corrupción, de intolerancia, de mentiras, de crueles asesinatos, de ambiciones de dinero y poder y de persecuciones y atentados contra todas las libertades humanas. Las narraciones de Lorent Saleh, por ejemplo, sobre lo que se vive en nuestras cárceles, son espeluznantes.
Pensar que pueda haber personas tan crueles y llenas de maldad en Venezuela produce un dolor inmenso e increpa a quienes somos padres de familia y de alguna forma hemos dedicado nuestra vida a la educación de nuestra juventud. Una revisión de nuestro sistema educativo es obligante y un cambio de paradigmas y valores en nuestros centros de estudio no debe esperar el cambio de gobierno. Debe darse ya, debe trabajarse desde la sociedad más sencilla y primigenia como es la familia.
Hay un desdén inmenso en el mundo entero, contra la institución de la familia. La familia es la “obra más perfecta” de Dios. Es concomitante con la creación del ser humano. Dios creó la familia para su obra cumbre que es el ser humano. La familia no es una obra humana, no es una sociedad creada por teóricos sociales, ni existen familias de diferente naturaleza. Existe solo la familia creada por Dios, que es de origen divino y no cambiará nunca, es “el lugar primario de la humanización de la persona y de la sociedad y cuna de la vida y del amor”, ha dicho san Juan Pablo II en el número 40 de la Exhortación Apostólica Christifideleslaici.
Sólo como consecuencia de familias estables, duraderas, santas podrá haber una sociedad mejor, más limpia, sincera, con niños que vayan aprendiendo desde muy pequeños, el valor de la verdad y del trabajo, de la lealtad y del servicio. Venezuela será mejor si mejora la familia venezolana. Una de las videntes de la Virgen de Fátima, Sor Lucía, confeso al final de su vida, que la Virgen le había dicho:“La batalla final entre Dios y el Diablo será por la familia”. A defender nuestras familias, a protegerlas de los males de hoy y de siempre, sólo así Venezuela y el mundo serán mejores.