En la historia de los grandes pensadores, se han emitido frases legendarias que despiertan el intelecto hasta del más descuidado. Recuerdo contar en la adolescencia con un librillo recopilatorio de reflexiones trepidantes, lapidarias y precisas para engalanar la memoria.
Quizá han disminuido los eruditos que inmortalizan sentencias con su hábil percepción de la historia contemporánea. Retratar con un precedente ejemplar y sin preámbulos complicados, el acontecer de un mundo a veces disperso, no es una tarea sencilla en los tiempos que corren, cuando pareciera tenerse todas las realidades compiladas en un leve vistazo por los pasadizos del internet.
Pero hace poco me topé con una frase visionaria. No provino de algún personaje con las neuronas bien puestas. Tampoco de esos oradores de buena monta, con vocablos dispuestos a asombrar a un auditorio controvertido.
Esta vez tuve una apreciable sensación que sabía lo que estaba diciendo. Admitía sin proponérselo y sin comprender mucho de su raro augurio, que desvelaba un secreto anhelado.
“Tendremos las mejores navidades de los últimos tiempos”, dijo como estragado en su propio veredicto sobre el futuro. Sentado en su cortesano trono presidencial, heredado por los trasnochos de nuestra historia malamente concebida en los últimos tiempos, Nicolás Maduro provocó las más variables de mis disertaciones.
Sentí un raro reflejo del destino. Uno a veces, sin percatarse, es castigado por las palabras emitidas sin el sentido práctico de la comprensión. Justificó tamaña frase por la economía sólida, sustentable, productiva, articulada y sana proveniente del programa de recuperación. Dudo que se creyese su diagnóstico del porvenir, por hechos que no han sucedido y que ni el más profuso de los hechiceros pudiera revertir, pues cada día el poder adquisitivo está más empantanado y el salario mínimo no da ni para un kilo de carne.
Tampoco creo que sea por los escasos perniles que distribuye para estas fechas. La gran mayoría no llega a buen destino o son incomibles. Eso no haría próspera nuestras navidades. Lo más extravagante de su afirmación, fue garantizarla con un ímpetu menos común al de sus mentiras de siempre.
La fecundidad de la economía no se da un mes para otro. Los guarimos y cálculos macroeconómicos no padecen de arrebatos numéricos ni de análisis enfebrecidos. No se desperezan de sus sábanas y desinflan la inflación de un pinchazo. Así no me enseñaron en las aulas de clases, cultivadas de abultados libros y de profesores infalibles.
Quiero comprender esta aseveración como una colgadura de guantes en su lucha pugilística por terminar de derribar a la nación. Más allá de su demagogia de cuello y corbata, compulsiva y cotidiana emitida por los medios de comunicación, deseo creer algo distinto.
Sus visiones de novela sobre la economía se hallan tan desajustadas, que el propio Fondo Monetario Internacional ha amenazado y alertado sobre posibles sanciones al Banco Central de Venezuela, por no publicar las cifras reales. El organismo lo ha hecho con una determinación milimétrica, estableciendo como fecha límite el 30 de noviembre para emitir esta información necesaria para cualquier nación.
Hoy vi un oráculo en los ojos del mandatario venezolano. Tengo la fe puesta en que soltó una profecía sin percatarse y sin tener el más leve talento para hacerlo. La única manera de no contar con una economía de dientes apretados y poseer unas navidades de sonrisas dispuestas es que el pernil a trinchar este año tenga los colores de la libertad y esté relleno con los saludables oficios de la democracia.