Si en algo coincidimos los miles de venezolanos conectados hoy día por la angustia que nos genera imaginar el futuro inmediato del país, con toda seguridad acertamos en señalar que nos integra y cohesiona una pesada y muy oscura fatiga. Un impreciso y nebuloso deja vu que nos impide reaccionar ante tanto extravío y abuso por parte de quienes en este mal momento, nos dicen que ellos son el gobierno. Nos acompaña un desencanto y una desilusión por la política, que permea más allá de nuestras más caras valoraciones ciudadanas, lo cual también se hace extensivo hasta nuestros políticos, ahora vencidos por la inacción y un inexplicable silencio ante lo obvio.
La constante en toda esta ecuación infatigable, es un extrañamiento progresivo ante y por lo público, acompañado por una progresiva negación de las formalidades elementales de toda buena democracia. Se trata sin duda de una sensación imprecisa y cruel. Un ayuno prolongado de democracia que nos lleva a desdecir de lo bueno que fuimos como ciudadanos, así como de lo muy probablemente exitosos que podemos llegar a ser, si logramos reaccionar a tiempo. En los últimos tres años han desparecido cerca de 90 diarios, un indeterminado número de semanarios y revistas, más de 40 emisoras de radio y no pocos canales regionales de TV. De manera paulatina suicidaron al ciudadano.
La posibilidad de comunicar e informar se atomizo a tal manera, que ahora reina la incertidumbre como nueva certeza post moderna. Con los medios extintos, desapareció una muy necesaria y útil forma de gobernabilidad, que ahora extrañamos con mucha angustia y que requerimos con urgencia para poder salir adelante. La sensación de que todo está perdido cada día es mayor. La diáspora de compatriotas deambulando por todo el espacio regional es prueba de ello, y la actitud sumisa -y de obsecuente entrega colaboracionista- de un sector de la llamada oposición termina por dar la puntilla final. Es acaso cierto todo eso?
Opositores que invocan un diálogo que no hará más que incrementar ese desencanto y se anomia. Hombres públicos que nadan entre dos aguas y empresarios que cohabitan con sus verdugos. El país luce como una vieja postal que nos habla de tiempos idos, los cuales muy probablemente fueron mejores que estos. Se habla de reinventarse, de crear nuevas maneras de hacer la vida pública. Se niega el liderazgo ya probado y se solicitan nuevos nombres para empezar la reconstrucción de nuestras vidas a partir de un recetario de viejos condumios.
Me niego a creerlo totalmente. Hay ciertamente un desencanto y un alejamiento por la política y por sus actores fundamentales, evento que le da entrada y oxígeno al discurso corrosivo de la anti política y las formas de un gobierno populista como lo mejor que puede hacerse. Hay un deterioro absoluto en nuestras condiciones de vida a extremos de calamidad, que para muchos de los nuestros, comer de la basura es un logro diario, y morir de mengua en un hospital por falta de medicinas, es un hecho banal y cotidiano.
Las cifras que dan cuenta de la salud económica de Venezuela son un agujero negro. Somos algo menos que menesterosos, la pobreza ritual es un status que abandonamos hace rato, para sumergirnos en la insondable profundidad de la mitológica gloria de la Revolución Bolivariana. No somos pobres, somos miserables.
Es necesario -yo diría que de vital urgencia- hacer de la política nuestra tabla de salvación para garantizar la paz democrática y de esta manera cerrar las puertas a los demonios del estallido social, la guerra civil y las mágicas intervenciones extranjeras. Es la conveniente salida que nos queda sugerida en este océano de imprecisiones en que se nos convirtió la vida ciudadana después que nos tocó la marea roja. Para poder salvarnos como sociedad, advierto con conveniente modestia, que resulta una necesidad urgente ocuparnos de la política como cosa seria. Tarea obligante por resolver, dado que en ausencia de la política solo impera lo autocrático, un detalle muy conveniente para los que ahora se dicen ser el poder en Venezuela.
Así que no podemos olvidarnos de la política tan fácilmente por razones como las que dan forma a ese desencanto. Con la política las instituciones funcionan debidamente, lo cual es garantía del equilibrio entre los poderes públicos. La Política y una sana gobernanza, son la garantía de una economía eficiente y productiva. La política bien ejercida es el reflejo de la salud de cualquier sociedad desarrollada, que bien vale acotar que, para ello, los partidos son los intermediarios ideales de una política bien entendida.
Gracias a la política podemos reflejar una completa narrativa de la vocería pública, la cual se hace un acto concreto a través de los medios libres, críticos e independientes. El uso y abuso de los poderes extraordinarios en nuestras débiles democracias, es un acto contrario al espíritu de la república, por consiguiente, es un acto que deniega la existencia de la ley. Visto así, la falta de equilibrio entre los poderes públicos nos conduce irremediablemente a la anomia social, esa fatiga cruel que nos impide ver en la política y lo público la verdadera razón de nuestra vida en sociedad.
Cuando impera la anomia, la ciudadanía pierde su mayor significado. En nuestra actual circunstancia, nuestra mayor debilidad, es que los políticos no se reconocen entre sí, con lo cual se niega la esencia del evento político el cual descansa en la confianza muta. No le estamos hablando al ciudadano porque la noción de política se encuentra atomizada, tratamos de impulsar democracias sin ciudadanos, lo cual es imposible.
Sin ciudadanos libres y autónomos, no es posible hablar de democracia, ni de política. Tenemos además un muy lamentable average contra la democracia dado que, a lo largo de nuestra vida republicana, se cuentan 178 golpes de estado contra los variados intentos de establecer entre nosotros una sociedad democrática, abierta, plural y tolerante. Toda concentración absoluta de poder debe ser vista como un golpe de estado, y las improvisadas mutaciones constitucionales, como una nueva suerte de oprobio institucional.
El mayor reto de la República Civil es hacer de la política el oxígeno vital de su existencia. Sin separación de poderes no hay vida constitucional y en ello debemos poner todo nuestro empeño. Debemos revisar con más cuidado el artículo 103 de la CN en lo atinente a la formación del individuo, sobre todo porque la Constitución sirve básicamente al interés ciudadano. Podemos esperar un cambio en la perspectiva de nuestro rol como ciudadanos, pero los valores de la democracia son inalterables. También la vigencia de la política.