En el siglo XXI los venezolanos reciclamos todos los elementos que caracterizaron a las dictaduras más nefastas en America Latina. Los tiempos de Nicolás Maduro están llenos de sangre y miedo. Reflejan lo lejos que está el Estado venezolano de su responsabilidad en la garantía de los derechos humanos y la sordera grotesca de la cúpula del régimen que en medio de tanto lujo no escucha la realidad de un país que cada día se viene a menos.
Hay noticias que congestionan la dinámica de una sociedad que se debate entre la violencia y el hambre, hechos que obligan a ver en otra perspectiva la lucha que aspira cambiar una realidad que ha sido impuesta bajo la lógica de lo absurdo. El asesinato de Fernando Alban es una muestra de esto, una espantosa acción que desnuda al adversario, que desde el poder se burla de millones de seres humanos, y que no conoce límite para ganar así sea un día más su permanencia en la gloria construida de corrupción, muerte y humillaciones.
Detrás de esta horrenda noticia existen miles de personas a quienes la muerte les llegó por política de Estado, la misma que busca esclavizar a un país con temor, tortura y podredumbre. La misma que aspira doblegar la moral de un pueblo por una caja de comida o una dadiva disfrazada de programa gubernamental.
En nuestra actividad diaria acompañamos a familiares de venezolanos que perdieron la vida por desnutrición o por una simple infección, venezolanos que son violentados por condiciones generadas por el gobierno de Maduro. Esto es también parte gruesa de un expediente que algún día será abierto para implantar justicia, porque sin ella será imposible retomar la democracia y la paz. La Justicia de Albán, es un legado que nos corresponde defender.
Cada chamo que sufre de hambre o cada paciente que padece por negligencia del Estado es el reflejo de la tortura que le hicieron a Fernando. Esto costará borrarlo por más versiones absurdas que quieran inventar tanto para el asesinato de Alban como para justificar la crisis humanitaria.
Es necesario seguir gritando por quien sufre, por quien el régimen condena a morir. Es urgente un llamado a quien sigue indiferente ante esta tragedia porque el silencio los hace cómplice del torturador.
Entendamos que todos podemos hacer algo, estando o no en Venezuela. Gritemos bien duro en cada calle, en cada avenida, en cada rincón del mundo, que Nicolás Maduro asesina a venezolanos, que Nicolas Maduro viola los derechos humanos. Ante la injusticia no hay ideología que justifique el silencio.
Hoy toca luchar por todo lo contrario que representa esta cúpula, es momento de defender la vida, la justicia, la dignidad y la democracia. No todo está perdido y con la unión real y efectiva podremos salir de este tiempo, que sin duda la historia sabrá condenar como los tiempos negros que más nunca volverán.
No olvidemos Fernando Alban y cada víctima de la tortura. La injusticia más grande de todas es el olvido.