#OPINIÓN Las Voces de Penélope: Los sonidos del silencio #05Oct

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Este jueves 04 de octubre, se celebró por vez primera en el mundo, el “Día Internacional de las Lenguas de Señas”, fecha en la cual, la Corte Internacional de los Derechos Humanos, solicita a todos los estados de la región, a reconocerla como lengua oficial de esa minoría silenciosa e invisible que en este continente, es uno de los sectores más excluidos de la sociedad, no sólo porque la exclusión ha funcionado históricamente para ignorar lo que “no debe verse”, sino porque también hay minorías dentro de las minorías, como es el caso de la población con discapacidad auditiva, la cual puede estar inserta en contextos sociales muy variados, que incluyen los económicos, culturales, étnicos, razas y religiones y un largo etcétera por inventariar.

Padecer de cualquier discapacidad puede ser llevadero cuando Estado, gobierno y ciudadanía tienen claro sus obligaciones, deberes y derechos, lo cual ocurre en las sociedades llamadas desarrolladas. Es terrible cuando se le añade la pobreza, la ignorancia, la falsa inclusión educativa y social de los ciudadanos que la padecen. Mucho más si vivimos una situación calificada como emergencia humanitaria compleja, en la cual la salud es una asignatura pendiente.

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Es sabido que las percepciones y actitudes hacia la discapacidad de origen físico, sensorial, cognitiva e intelectual, están sujetas a interpretaciones culturales que dependen de valores, contexto, lugar y tiempo socio histórico. La OMS, orienta sus clasificaciones de la discapacidad a partir del principio del “universalismo”, al considerar que todos los seres humanos, tenemos de hecho o potencialmente, alguna limitación en nuestro funcionamiento corporal, personal o social, asociado a “una condición de salud”.

Se basa en que ha de hacerse sobre la visión del yo y de la sociedad integrada, interpretable y holística, con el fin de comprender el alcance de la discapacidad. Aún sigue habiendo una enorme diferencia en la manera de incorporar la discapacidad y las personas con discapacidad, su consideración, alcance y formas de inclusión, de acuerdo a las diversas culturas, la consideración propuesta por la OMS, como la objetivación de una deficiencia, que exterioriza las consecuencias de una enfermedad y como consecuencia, conduce a la minusvalía, vivida por el sujeto que la padece, afectando su desempeño en el rol social, en Venezuela, lo coloca en situación de gran vulnerabilidad, por las limitaciones que le sordera provoca en quien debe transitar por zonas de riesgo, padecer los prejuicios sociales, la ausencia de respuesta institucional y otro largo etcétera que produce escalofríos…

El río infinito del lenguaje se queda corto con la lengua de signos, pero aunque tarde, es un avance en la visibilización de una condición, asociada a una “condición de la salud”. En nuestra Constitución, está contemplada la inclusión escolar de quienes también son llamados “sordohablantes”, cuando han tenido la oportunidad de aprender el lenguaje oral y escrito, caso que no suele ocurrir a menudo, pues no se cuenta con suficientes terapeutas de lenguaje, cuya actualización profesional y sensibilidad les permitan abrir cauces verbales a sus pacientes, quienes además, en el caso de los implantados o de usar audífonos, desde hace unos años, han visto cerrar las casas que proveen insumos y mantenimiento a los equipos, quedando a la intemperie del silencio obligatorio que les excluye de la comunicación humana.

Nunca hubo suficientes centros de escolarización de los niños parcial o totalmente sordos, ni de los implantados. Estos últimos, ven sus derechos al estudio, amenazados, al no contar ni con instituciones ni con docentes adecuados a su potencial lingüístico y muchas veces han sido incorporados a la lengua de señas, por desestimarse tal potencial. Las escasas escuelas e institutos audiológicos, no solían ponerse de acuerdo en torno a métodos ni contenidos, sobre quienes traían los efectos de su incorporación tardía, al lenguaje hablado que requiere de condiciones psicolingüísticas, presentes en la primera infancia, aminoradas al no ser “habilitadas”.

No hay respuesta hoy para quienes tienen los equipos dañados, sin repuestos ni mantenimiento. En estos tiempos difíciles, la solidaridad y la capacidad de organización cuentan mucho. Los discapacitados auditivos y sus familiares, habrán de crear sus fundaciones acordes a sus necesidades urgentes y aliarse a las redes de DDHH, para poder garantizarse el derecho a oír y oírse, de hablar y ser escuchado, condición inalienable del ser humano. Los sonidos del silencio, sólo son válidos cuando los escogemos como vía hacia los caminos del alma que nos habita y nos habla desde lo más profundo y colectivo de cada uno. Impuestos, son expresión de ingrimitud e indefensión.

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