Como vivimos en una era de incongruencia, incoherencia y desatinos, no es nada raro que sea esta la de la gran comunicación incomunicada. Si hoy avanza vertiginosamente la tecnología de la comunicación, más crece la soledad del individuo. Es verdad que se puede comunicar inmediatamente con la ciudad antípoda de la suya, mientras allá es de noche y por aquí brilla el sol; y ver y oír al balbuciente nieto que no conoce de otra manera.
Es verdad, pero lo es también que ese sujeto, con su aparatito mágico o milagroso entre las manos, está completamente solo, aislado del mundo que lo rodea, pegado a una pantallita, sin escuchar ni atender al cónyuge, al hijo o empleado que tiene al lado. Vean a los jóvenes en los cafetines: todos rodeando una mesa con refrescos y bocadillos, en lo que parece una animada conversación, pero ninguno conversa con otro sino con ese celular último modelo que siempre lleva consigo… hasta que se lo arrebata un malandro. Los delincuentes también aman apasionadamente las nuevas tecnologías.
Pero dejemos a un lado esa incomunicación, si se quiere, inocente y voluntaria; es mundial, además. Vamos a esta Tierra de Gracia, como la llamó Cristóbal Colón, sin imaginarse nunca que cinco siglos después cabría más bien calificarla de desgracia, gracias, precisamente, a 20 años de un régimen con un plan de incongruencia, incoherencia y desatinos, perfectamente concebido y ejecutado, para destruir un país y quién sabe cuántos otros más.
Un ejemplo diario y generalizado: se descompone el teléfono de la casa y te cansas de llamar a CANTV para que vengan a repararlo; te quedas sin saldo en el celular, vas a recargar y no hay punto de venta en la zona por fallas eléctricas y uno no puede pagar en efectivo porque no lo tiene ni hay en el banco o le dan muy poco. Acudes a Internet y éste está en plan de deshojar la margarita: me quiere, no me quiere… es decir, intermitente, cuestión de suerte si logras enviar un mensaje. Vas a comprar el periódico para ver si al menos te enteras de a quién mataron ayer o cómo están bateando los venezolano en las Grandes Liga y cuál fue el final del emocionante juego de anoche, pues iban empatados cuando llegó el apagón; y vuelta a lo mismo: no hay efectivo, no hay punto de venta ni nadie que informe al respecto porque no son aficionados al beisbol. Yo no lo compré más, no por el costo incrementado cada semana, pues a pesar de todo quería ser fiel a El Nacional y acompañarlo en su lucha titánica contra la adversidad, pero me rendí ante estos inconvenientes diarios. Al borde estamos todos de un colapso emocional, si no te abocas a buscar soluciones tales como las palomas mensajeras o las señales de humo.
Tampoco podemos meternos en el carro para buscar información en otra parte de la ciudad donde quizás haya más signos de vida, porque éste está parado por falta de cauchos impagables o tiene meses en el taller en espera de un repuesto imposible de encontrar. Dirán desde el extranjero: ¿por qué no cogen un taxi? ¡M’ hijo, porque no hay con qué pagarlo! Fíjate que los taxistas, si te ven cara de gente decente, ¡te dan su cuenta bancaria para que le pagues por transferencia! Y hasta los cuidadores de vehículos y otras cosas, te dan un papelito con ésta para que hagas lo mismo. No sé si los limosnero estarán haciéndolo también, pero en las iglesias sí: hay puntos de v…, vamos a llamarlos de colecta.
Pero todo esto es bagatela, lo grave es la incomunicación. Vamos camino a la mudez oral y escrita, a no encontrarnos en ninguna parte porque no podemos ir. ¿Y el metro? ¿Cuál? ¿El metro-atropello? Suertes si sales de ahí vivo aunque golpeado. ¿Y los autobuses y camionetas? Bien, gracias, la mayoría parada por las mismas causas de lo vehículos particulares y, cuando después de esperar horas pasa una unidad, tratar abordarla es una batalla campal.
Estamos fritos, pero con el optimismo y la esperanza de que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista… a la intemperie.