El sabio francés Dr. Jerôme Lejeune (1926-1994), padre de la genética moderna por sus descubrimientos, entre otros, que el síndrome de Down se debe a un cromosoma más, debió ser un Premio Nobel, pero ni siquiera fue postulado; la Academia de Ciencias de Francia no quiso hacerlo porque, además de ser un buen católico, con gran conocimiento de causa -como nadie en el mundo- defendía fervorosamente la vida desde el momento de su concepción. Sí, la misma academia que a principios del siglo XX no admitió en su seno a Madame Curie por ser mujer, a pesar de sus dos Premios Nobel.
El Dr. Bernard Nathanson (1926-2011), ginecólogo estaounidense judío, llamado el Rey del Aborto, admitió que llegó a practicar más de 75.000 abortos. En 1968 fundó la mayor organización creada para rechazar las leyes que prohíben o limitan la práctica del aborto y para hacer lobby en los medios y en la opinión pública. Cuando las nuevas tecnologías de ultrasonido y de filmación permitieron documentar, paso a paso y en detalle, lo que describió como el asesinato del feto mientras lucha por su vida, de niños no nacidos que son seres humanos y que tienen tanto derecho como un adulto a la protección legal desde su concepción, se arrepintió de su pasado, se convirtió en ferviente líder provida y más tarde al catolicimo.
El mayor crimen actual es matar a esa víctima inocente que no se puede defender. Según las últimas estadísticas, en Estados Unidos se practican 3.500 abortos diarios, en el mundo 100.000 y eso da la espeluznante cifra de, ¡36 millones y medio de abortos anuales en nuestro planeta! Bien podemos llamarlo el planeta de la muerte. La trágica ironía es que entre los grandes abanderados por la legalización del aborto hay también grandes luchadores por la ecología, el respeto a la vida de los animales, enemigos acérrimos de las corridas de toros, parece que el único animal indeseable es el hombre, ¿qué son ellos, entonces?
¿Y en caso de violación? Eso me lo preguntó una profesora de idiomas en la universidad donde yo trabajaba y le contesté: No, sería agregarle al terrible trauma de la víctima otro mayor: haber asesinado a su hijo y eso le acompañará toda la vida. Se quedó sin habla, sólo dijo: Nunca lo había visto de esa manera. Y se marchó. Había venido a proponerme que, como directora de cultura de esa universidad, invitara a dar una charla a una “eminente” abortista estadounidense de visita en el país.
La locura de la defensa del aborto es consecuencia de la “gran conquista” feminista de la libertad sexual, dado que las pildoritas fallan. No tiene nada de libertad. Querer ser como la gran mayoría de los hombres, dispensadores pródigos de su instinto sexual, sin pensar en las dramáticas repercusiones sociales, es una degradación, un volver al principio contra el cual tanto se ha luchado: el sometimiento de la mujer al varón como su objeto sexual. ¿Y después? La juventud pasa, los atractivos también, se termina en suicidio o mendigando o pagando amor del malo, porque esa libertad -más bien libertinaje- se convirtió en vicio. Los psiquiatras tienen muchas más pacientes en la liberalidad del ambiente social que en la paz del claustro. La castidad es una virtud vivificante.
La mujer sólo es libre, fuerte, valiente, osada y de gran personalidad, cuando tiene señorío sobre su cuerpo, cuando no es juguete de sus instintos primarios. Señorío que no significa ser dueña de éste, ni tener derecho sobre la vida que engendra. Un hijo no es una posesión sino una misión. Llega el momento en que los hijos se van a hacer su propia vida… si los han dejado nacer.