Detrás de la puerta de rejas de un comedor popular de Buenos Aires, varios hombres esperan recibir una magra ración de carne y puré. En una populosa localidad cercana, una mujer busca convencer a otra de que le cambie las pequeñas zapatillas de su nieta en un mercado de trueque. Dos caras de una crisis que está agitando fantasmas del pasado.
Al comedor «Niños Felices» situado en la villa 1-11-14, un barrio marginal de la capital argentina, acude un número creciente de personas cuyos bolsillos se achican ante la imparable alza de precios y la falta de trabajo. En el lugar las mujeres hacen malabares para estirar las raciones que sirven tres veces al día.
«El gobierno de la ciudad de Buenos Aires nos manda dinero para 440 raciones diarias de comida… pero viene mucha más gente. Estamos cubriendo 600 raciones. Achicamos las porciones para dar a más personas», dijo a The Associated Press Cintia García, responsable del lugar donde varias mujeres se afanaban cocinando puré de patatas y zapallo en grandes cacerolas.
Argentina sufre una crisis económica que afecta con especial virulencia a los más humildes y a una clase media empobrecida que subsisten en comedores barriales y mediante el trueque de productos, mecanismos empleados en otros momentos de deterioro como durante el colapso de 2001.
La situación se acentuó en los últimos cuatro meses por la aceleración de la depreciación del peso. En Argentina la devaluación de la moneda respecto del dólar -de más de 50% en lo que va del año- se traslada siempre a la inflación, que este año será de más de 40%, según un informe publicado por el Banco Central.
Con la subida del billete verde también aumentan los combustibles y por consiguiente los costos del transporte, que a su vez inciden en el valor de los alimentos en un país donde la mayor parte del comercio interno es por carretera.
«Para hacer rosquillas un mes atrás gastaba 150 pesos (casi 4 dólares) en aceite y siete paquetes de harina. Ahora son más de 400 pesos (más de 10 dólares)», se quejó Gladys Jiménez, una paraguaya de 58 años que acude al comedor del barrio donde conviven de forma hacinada decenas de miles de argentinos e inmigrantes de países limítrofes.
En el comedor, que ocupa la planta baja de en un pequeño local situado en uno de los callejones de la barriada, hay largas mesas y varias cajas de madera llenas de cebollas y patatas. En la cocina adyacente las sartenes reposan sobre varias hornillas y enormes cacharros se apilan al fondo. En otra habitación cercana varios chicos asisten a un taller educativo.
La crisis cambiaria también da pie a prácticas especulativas de los comerciantes, que esperan ver qué valor alcanzará el dólar para remarcar sus productos. Vecinos del barrio relataron a AP que días atrás, cuando el billete verde se disparó hasta tocar los 40 pesos, hicieron cola ante pequeños locales del lugar para acopiar productos, pero los dueños se negaron a atenderlos.