Hace más de cuatro décadas, cuando Michelle Bachelet era una universitaria socialista de 23 años, fue detenida y torturada como tantas otras víctimas de la dictadura militar chilena.
Ahora, que tiene 66, enfrentará crímenes de lesa humanidad desde el puesto que asume este mes como Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Esta no será la primera vez que trabajará para el organismo. Bachelet –primera mujer en alcanzar la presidencia de Chile– fue Secretaria Ejecutiva de ONU Mujer entre 2010 y 2013.
Detrás de la exmandataria que suele lucir empática y risueña hay un pasado complejo: la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) fragmentó a su familia.
Primero murió su padre. En 1974, el general Alberto Bachelet trabajaba en la distribución de alimentos para el presidente Salvador Allende, derrocado por un golpe de Estado en 1973. El día de la sublevación fue encarcelado por sus camaradas, se le llamó «traidor a la patria» y murió de un infarto atribuido a torturas.
En 1975 Bachelet y su madre –la arqueóloga Ángela Jeria– fueron capturadas por realizar tareas clandestinas para el proscrito Partido Socialista. En un reportaje televisivo de 2014, Bachelet dijo que en el centro de detención y tortura de Villa Grimaldi fue golpeada aunque no le aplicaron corriente eléctrica como a otros presos.
Bachelet estudiaba medicina y era militante socialista desde 1970. Prosiguió sus estudios en el exilio en la República Democrática Alemana (RDA) y los concluyó en Chile. Antes de asumir la presidencia por primera vez en 2006 fue pediatra, trató a menores con problemas mentales cuyos padres fueron víctimas de la dictadura y se inició en la política con puestos de bajo perfil hasta que se convirtió en ministra de Salud durante la gestión de Ricardo Lagos en el 2000.
Tras haber sido liberadas, Bachelet y su madre partieron al exilio en Australia a casa del único hermano de la expresidenta. Desde ahí ella se viajó a la RDA y se reencontró con su pareja, Jaime López, quien pese a sus 25 años asumió a la distancia un alto cargo en el Partido Socialista.
Tras unos días juntos, él volvió a Chile pero se quedó poco tiempo por temor a caer en las manos de la policía represiva de Pinochet. Según el libro «Bachelet. La historia no oficial», de Javier Ortega y Andrea Insunza, a su regreso a Europa ella le recordó el compromiso y la muerte de su padre.
«Mi papá murió por ser consecuente. De ti yo no espero menos», dijo según el libro.
Al hacerle caso y regresar a Chile, su novio cayó en manos de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) y según estableció un juez en 2015, no resistió las torturas y entregó a varios compañeros.
Hoy Jaime López es uno entre un millar de detenidos que desaparecieron durante la dictadura.
Bachelet habla poco sobre él, pero en la entrevista de 2014 aceptó abordar el tema.
«Lo viví como una traición personal y a la causa», aseguró. «Fue muy duro para mí porque yo tenía este tema del deber, porque era joven, y probablemente cuando uno es joven es mucho más de blanco o negro».
En su biografía, Ortega e Insunza narran otro hecho importante en la vida de Bachelet y dan a entender que su padre pudo haberse salvado: tras haber sido liberado de un primer encarcelamiento se le ofreció exiliarse en Perú pero cuando el general consultó a su hija ella respondió que ella prefería quedarse.
«No se habla más del tema. Nos quedamos. No te voy a dejar sola», cita el libro.
La muerte de su papá, la desaparición de su novio y de camaradas marcaron el carácter de Bachelet y hoy su círculo se integra principalmente por familiares y amigas antiguas. El doctor en piscología, Giorgio Agostini, dijo a The Associated Press que pese a lo que sufrió no pareciera haber manifestado rencor ni venganza hacia los militares. De hecho, estudió en la Academia de Guerra del Ejército y fue la primera mujer de Chile e Iberoamérica en convertirse en ministra de Defensa en 2002.
Agostini conoce a la exmandataria desde hace años y escribió un capítulo del libro «La hija del tigre», de Rosario Guzmán Bravo y Gonzalo Rojas Donoso, en el que realiza un perfil psicológico de ella.
Antes de volver a Chile en 1979, Bachelet conoció a otro socialista y exiliado chileno llamado Jorge Dávalos, se casó con él y tuvieron dos hijos. Se divorciaron en 1985. Años después, en 1992, nació su hija Sofía mientras estuvo con el doctor Aníbal Henríquez, con quien nunca se casó. Ésa fue la última relación sentimental que se le conoció.
Michelle Bachelet dedica la mayor parte de su tiempo a su trabajo. Muchos la han considerado una de las mujeres más poderosas e influyentes del mundo y ahora su nuevo desafío, para reemplazar al príncipe jordano Zeid Ra’ad al Hussein en la promoción y protección de los derechos humanos vuelve a atraer la mirada hacia ella.
Aunque fue elegida por aclamación en Naciones Unidas y recibió elogios en el extranjero, también disparó un puñado de críticas en Chile.
Las visiones sobre sus gestiones (2006-2010 y 2014-2018) son contrastantes. Su primer gobierno se centró en la igualdad de género y en ampliar la red de protección social a lo más desfavorecidos, por lo que cerró con 80% de popularidad. Sin embargo, el segundo fue complejo y aunque buscó mayor igualdad a través del impulso de reformas estructurales en materia educativa, tributaria y laboral, una baja en la economía y un escándalo de corrupción que involucró a su nuera y a su hijo la golpeó irremediablemente: su popularidad cayó hasta 19% en su peor momento y cerró con 39% al entregar el poder al centroderechista Sebastián Piñera.
Tras concluir su mandato, el Secretario General de la ONU, António Guterres, la propuso como Alta Comisionada para los Derechos Humanos.
Una de las mayores críticas a su nombramiento viene de Chile por no cumplir su promesa de cerrar Punta Peuco, una cárcel para violadores a los derechos humanos donde éstos viven con lujos si se le compara con los presidios comunes. Alicia Lira, líder de los ejecutados políticos durante la dictadura, afirmó que Bachelet criticó Punta Peuco pero nunca mandó un proyecto al Congreso para degradar a los condenados.
Ahora la expectativa de sus nuevas funciones no es menor. Guterres la calificó de «pionera, visionaria». Por su parte, Ramón Muñoz, director de la Red Internacional de Derechos Humanos (RIDH), que agrupa decenas de entidades latinoamericanas, dijo: «lo que esperamos es que hable alto y claro».
Entre las tareas de Bachelet estará convencer a los miembros que cesaron sus aportes al Consejo de Derechos Humanos de la ONU que lo reanuden y enfrentar el retiro de Estados Unidos del organismo. También deberá encarar a líderes sospechosos de violar los derechos humanos y definir su posición sobre los crímenes de lesa humanidad.
Entre las situaciones que enfrentará en Latinoamérica destaca la crisis que ha llevado a más de dos millones de venezolanos al exilio y la violencia en Nicaragua. Globalmente, está la situación de los rohinya en Bangladesh, la persecución de minorías religiosas y homosexuales en Medio Oriente y África y el uso de armas prohibidas contra civiles por parte de grupos como Estado Islámico.
Su excanciller Heraldo Muñoz señaló que a Bachelet le favorecen varios factores. «Conoce a presidentes y primeros ministros que le van a contestar el teléfono, que puede ser un mecanismo bien importante para tratar de resolver problemas de derechos humanos por la vía del diálogo».
En su primera jornada de trabajo este lunes, ella dijo a través de un comunicado que se sentía honrada con su nueva posición y pidió liberar a los dos periodistas de la agencia Reuters que Myanmar condenó a siete años de prisión.
Isha Dyfant, directora de la Defensoría Internacional de Amnistía Internacional, advirtió que hay una oleada autoritaria en el mundo. «Se necesitará una líder fuerte, que diga claramente la verdad al poder y que esté dispuesta a movilizar voluntad política para defender nuestros derechos en este clima desafiante», añadió.