“Hermano, estoy envuelto en llanto” me escribe Manuel Rodrigo desde Valencia luego de la difusión que se le dio al video donde aparece el valiente Juan Requesens vejado por el oficialismo. Ese mismo tormento moral vi y sentí multiplicado en los miles de testimonios de indignación y rabia que recorrió el país y que convirtió al joven martirizado en un emblema y un recuerdo del dolor que produce haber sido despojados del tutelaje ético que debe garantizar un gobierno democrático.
Juan Requesens vestido de Cristo en El Calvario fue y es la imagen perfecta de un hombre justo y victorioso sobre la fuerza bruta de una maldad oscura e insondable, con sus brazos en cruz y girando para mostrar su cuerpo torturado y su alma gigante, nos recordó a Franklin Brito, a los jóvenes asesinados con disparos en la cara durante las manifestaciones de protestas, a los centenares de estudiantes presos en catacumbas siniestras y sometidos a padecimientos criminales, nos recordó a las decenas de pacientes crónicos que mueren a cada rato por falta de equipos y medicamentos que no están disponibles por indolencia, despilfarro y corrupción, nos trajo a la memoria el mosaico completo de la tragedia nacional donde nuestro pueblo come de la basura y huye a la desesperada cruzando fronteras como parias, desterrados del suelo amado por haber comido de la manzana prohibida del comunismo.
Entonces entendí que el llanto por Requesens era y es el llanto por todos nosotros, por ese país que perdimos y que ahora es un campo de rapiña donde medra a sus anchas el bandidaje y las mil caras de una oclocracia que se solaza en las reiteradas humillaciones que le inflige a quienes viven según las normas de la decencia, la piedad y la tolerancia. Lloramos porque de estar ubicados en escaños intermedios de la civilización nos adentraron de golpe y porrazo en las cavernas del atraso donde la ley la imponen los fusiles y las espadas y el intercambio se basa en el trueque y las habilidades de pillería que este mecanismo de sobrevivencia impone.
Lloramos porque la idea fue sometida por el hambre y en nombre de los ciudadanos más humildes se ha instalado una violencia primitiva donde el dominio social se ejerce a través de pandillas organizadas frente a las cuales la dignidad militar es un secreto peligroso que es perseguido y castigado por agentes de contrainteligencia extranjera. Lloramos porque el espíritu de convivencia del cual hacíamos alarde como nación donde la amistad era hermandad y se practicaba en todos los ámbitos, incluido el gubernamental, se convirtió en sevicia y odio generalizado, del cual ha sido víctima la oposición política venezolana creando enfrentamientos suicidas y despiadados.