A medida que crecemos atrás va quedando el disfrute de las bellas cosas de la infancia. Aprisa nos lleva la vida por el camino, los golpes son frecuentes, la lucha no cesa, avanzamos unas veces cayéndonos, otras levantándonos. La tarea de aprender a vivir no es fácil. Ya no estamos entre las flores de primavera, el verano se quedó también atrás y nosotros preguntándonos ¿Acaso será ley que el amor como los pájaros y las alegrías terminen muriéndose en el cielo?
Tantas preguntas nos hacemos y tan pocas respuestas recibimos. Contra el flujo irrefrenable de los años uno a uno los días nos empujan a seguir buscando eso que nos hace falta y no encontramos ni vemos aunque lo tengamos al lado. Pasa el tiempo y seguimos buscando, siempre buscando quimeras. Caen las hojas de otoño y al final termina sorprendiéndonos el tiempo que nos descarga incompasivo toda la nieve de los años…
La vida es una escuela de perennes lecciones. Confucio dice que “hay tres maneras de aprender a vivir: En primer lugar por la reflexión que es la más noble; en segundo lugar por la incitación que es la más fácil y en tercer lugar por la experiencia que es la más amarga”
La libertad de ser es una lucha diaria, vencerla es agotador, pero se puede. Necesitamos una base para echar raíces, para no perdernos en el camino, aunque a veces nos sentimos en cualquier lugar del mundo mejor que en la propia casa.
No todos hemos nacido para tener ataduras, familia, compañía. Moverse a su antojo por mundos diferentes es la ruta para quienes eligen vivir solos. Para ellos la vida no se puede encajar en un solo sitio, porque sería muy aburrida. A veces es necesario practicar la soledad sobre todo cuando la sociedad y sus normas ponen barricadas hasta a nuestra misma manera de pensar, de soñar y de ser.
Somos producto de nuestras propias decisiones. Toda vida es un comienzo y un final, empezamos algo, pero atrás siempre quedarán cosas pendientes por hacer. Elegir vivir solo es una decisión muy personal, es querer marchar por un camino distinto. Hay caminos que nos cierran, hay otros que cerramos, mañana otro puede abrirse. “Hace mucho tiempo comencé a pensar en dejar esa sociedad que asfixia y no toma en cuenta al individuo, porque solo piensa en el poder y el dinero” (Mauro Morandi)
Estamos hechos de presentes, aunque pareciera que no solo el tiempo nos empujara hacia batallas que agotan toda fuerza, sino también la velocidad que empleamos para llegar o para hacer algo, aunque dentro sin darnos cuenta, lentamente se manifiesta el deseo de ir más lento (expresado en el cansancio, el mal humor, la intolerancia, el estrés, la tensión alta etc.) Es el alarido silencioso que no escuchamos llevados por la velocidad que nos impone el mundo, el trabajo, la familia y nosotros mismos. Por tener contento al mundo y por amontonar riquezas agotamos nuestras fuerzas, olvidándonos de lo que es realmente importante: ¡Vivir!
Padecemos una especie de epidemia en donde no pareciera que hubiera tiempo sino para correr y vivir acelerados. Dañamos la tranquilidad de los propios niños queriendo llevarlos a nuestro ritmo, sin dejarles espacio para vivir su niñez.
En los países que respetan la condición humana, nadie se apura por llegar primero o atropellar a los otros. El trabajador cumple sus deberes con placer sin azotamientos ni presiones, las normas las respetan y las cumplen desde el más alto empresario, hasta el más humilde trabajador, todos trabajan por todos; para ellos no cuenta la prisa sino la tranquilidad para hacer mejor las cosas.